Es una muchacha seria y responsable, estudiosa y atraída por la moda quizá porque su mamá, Nery Luz Mairena, es costurera. Con frecuencia le decía a su madre que pronto terminaría sus estudios universitarios, comenzaría a trabajar y entonces la sacaría de la pobreza. Pero no contaba con que participaría en un estallido social iniciado por estudiantes universitarios, que tendría que asumir la dirección política de la toma de la UNAN-Managua, luego sufrir el secuestro y encarcelamiento por fuerzas policiales y ser acusada de “terrorista” en un juicio político.
Nery Luz Mairena, una campesina del municipio jinotegano de El Cua, ha sido la gran aliada en la vida de Yaritza y un gran ejemplo como mujer trabajadora. Tuvo cinco hijas (nuestra entrevistada es la tercera) con un leonés muy inteligente y trabajador a quien le gustaban mucho los tragos. Él murió de un derrame cerebral hace cinco años.
Alcanzó una alta proyección mediática Yaritza, tras su excarcelación el 15 de marzo por sus explosivas declaraciones que para muchos desnudaron la verdadera personalidad del nuncio apostólico Waldemar Stanislaw Sommertag, quien por su comportamiento durante una visita que hizo a la cárcel, para muchos más bien pareció un agente del orteguismo que el representante del Estado del Vaticano en Nicaragua.
Yaritza empezó a tener cierta notoriedad pública porque sobrevivió al despiadado ataque durante 17 horas de paramilitares y policías a la iglesia Divina Misericordia; con su secuestro el sábado 25 de agosto en León, junto a los estudiantes Victoria Obando, Levis Rugama, Luis Muñoz, Byron Estrada, Nahiroby Olivas, y el poblador Juan Pablo Alvarado; después por su huelga de hambre con siete presas políticas; y finalmente con su puesta en libertad condicional. Poco después, fue electa para ocupar una de las doce sillas del Consejo Político de la Unidad Nacional Azul y Blanco en representación de la Coordinadora Universitaria por la Democracia y la Justicia (CUDJ).
La vivencia en la UNAN tomada fue peor que la cárcel
Dos universitarios murieron en la Divina Misericordia esa madrugada fatídica, pero más de cien se salvaron, en gran parte gracias al apoyo de los curas católicos Raúl Zamora y Erick Alvarado. Varias veces durante esas horas dramáticas, llamé por teléfono a Yaritza, quien apenas podía decir algunas palabras porque estaba en estado de pánico. Esa noche, Irlanda Jerez convocó a una imposible caravana de vehículos que recorriera Managua y concluyera en las inmediaciones de este templo, para presionar la liberación de los estudiantes. Y se realizó con gran alboroto y estrépito.
Pero esta joven de 21 años, estudiante de cuarto año de la carrera de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua, recinto Rubén Darío (RURD), de Managua, ya tenía bien cimentado un liderazgo luego que fue parte de la dirección política de la toma de la UNAN que inició el 7 de mayo y finalizó con el brutal ataque militar del 13 de julio. Formó parte de la estructura de dirección de la CUDJ desde el mismo abril, aunque nunca se integró a aquél primer remedo de diálogo que comenzó el 16 de mayo y se suspendió el 23 del mismo mes.
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Es comprensible pues, que, como sostiene Yaritza, para ella fuera peor la vivencia en la trinchera de lucha de la UNAN, que en las mazmorras de la dictadura orteguista, pese a que en la cárcel tuvo que soportar las dolencias de un riñón inflamado, artritis y problemas en los ovarios.
Tras las rejas tuvo el apoyo extraordinario de sus compañeras de celda, lo que le ayudó a resistir el aislamiento, primero, y el hacinamiento (eran nueve en un cuartito chiquito, en El Chipote), después, la falta de sol, ser despojada de sus ropas y otras agresiones. En el RURD estuvo traumatizada con los disparos que escuchaba casi cada noche.
Reas comunes solidarias
Las prisioneras fueron irreductibles. “Siempre protesté, pero jamás ofendí ni fui agresiva. Siempre protestábamos por las injusticias, pero más que todo por la atención médica, cantábamos el himno y gritábamos consignas. Desobedecíamos todo el tiempo”. Las carceleras reaccionaban sancionándolas, muchas veces les quitaban cosas que para ellas eran importantes. Hubo un momento en el que no les permitían tener ni un lápiz.
Tuvo poco contacto con reas comunes, solo algunas veces cuando salían a tomar el sol. Se llevaban bien, aunque entre ellas había algunas que eran orteguistas. Muchas las ayudaron, “siempre fueron muy amables y se preocupaban por nosotras”.
Yaritza reflexiona: “La cárcel de mujeres no es como la pensamos desde fuera, sé que muchas de esas mujeres no hubieran cometido un crimen si no fuera por falta de educación y oportunidades”.
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Aunque en la UNAN Managua hubo algunas contradicciones entre los jóvenes “políticos” y los que con morteros estaban en los portones del Alma Mater, Yaritza estableció una excelente relación con Levis (El Canciller), ese chavalo de San Dionisio, Matagalpa, que gusta vestir muy bien, quien era como un enlace entre ambas estructuras. Y estaba su amiga Victoria Obando, valiente transexual, muy activa en la toma del recinto universitario. Con ellos, en una atmósfera festiva, más que de conspiración, el sábado 15 de agosto salieron en un bus interlocal hacia León, a acompañar la marcha que había convocado el movimiento estudiantil de la UNAN en la Ciudad Universitaria.
Amenazada de muerte
Esa marcha en León que fue acosada de principio a fin por la Policía, fue la última en la que participaría Yaritza, porque cuando se dirigían en un carro hacia la casa donde estaban refugiados los universitarios Luis Muñoz, Byron Estrada y Nahiroby Olivas, los interceptaron policías que iban en una camioneta guiados por un civil armado, quienes abrieron las puertas delanteras y sacaron violentamente al conductor Juan Pablo Alvarado y a Victoria Obando, los golpearon con sus armas en la cabeza y los tiraron a la tina, mientras ella y Levis se bajaban de la parte trasera del carro.
En la cárcel no fue torturada, afirma Yaritza, no en el sentido de que la golpearan, le extrajeran las uñas o la sometieran a ahogamientos con agua, pero las condiciones que durante diez días viviría en El Chipote, son una tortura, además de la falta de sol y otras privaciones a las que fue sometida en el penal “La Esperanza”, y en el ínterin entre el secuestro y el traslado a Managua, los trataron de forma cruel e inhumana.
Fueron llevados a la sede policial en León, donde los tuvieron unas tres horas de pie con las manos sobre la cabeza y viendo hacia el suelo. “Nos decían terroristas, delincuentes, que habíamos desestabilizado el país”. Después les crearon la falsa ilusión de que serían puestos en libertad. “Nos dijeron que nos iban a dejar ir, nos regresaron todas nuestras cosas y nos llevaron al parqueo”.
Un comisionado que estaba al frente de la operación les pidió llamar por teléfono a sus familias para avisar que los dejarían salir. “Nos amenazó con que, si nos volvía a ver en marchas, no nos iban a capturar, sino a matar”. Los montaron en una camioneta con las cabezas agachadas y a eso de las 7:00 de la noche salieron de León supuestamente hacia la libertad. “Durante todo el camino nos amenazaron de muerte, uno de los policías dijo que nos iban a ir a tirar a la Cuesta del Plomo”. Pero el destino fue la tenebrosa prisión de El Chipote, en la Loma de Tiscapa, Managua, adonde llegaron a las 8:00 p.m.
La “terrorista”
En este episodio se juntan dos similitudes con el proceder de la dictadura somocista, la cual encerraba prisioneros en el centro de torturas y de muerte de El Chipote, una cárcel que los diputados europeos que la visitaron el 25 de enero, consideraron no apta incluso para animales; y la amenaza del policía de hacer lo mismo que realizaba la Guardia Nacional de la familia Somoza, que mataba a prisioneros y tiraba sus cadáveres en la Cuesta del Plomo.
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En los interrogatorios, Yaritza no fue agredida físicamente. “Me hacían preguntas tontas la mayor parte del tiempo: ¿Quién les paga? ¿Quién da las órdenes? ¿De dónde se conocen? ¿Qué hacían en la UNAN? ¿Qué hacían en León?, etc.”. Ella y sus 16 compañeras fueron indoblegables en la cárcel, donde estaban en dos celdas, pero la peor parte la llevaron las de la otra bartolina, que fueron sometidas a golpizas al menos en dos ocasiones.
Ellas cantaban el Himno Nacional, elaboraban pulseras azul y blanco, y se pintaban los labios de rojo (uniéndose a la protesta del pico rojo). Esto generó respeto, pero también represión, les requisaban todo lo que tuvieron en las celdas, y las privaban de tomar el sol y de atención médica, pese a que varias estaban enfermas. La golpiza del 26 de octubre a las prisioneras en la que participaron hombres encapuchados, fue de antología. Estas condiciones carcelarias llamaron la atención de funcionarios del Mecanismo Especial de Seguimiento para Nicaragua (Meseni), pero fueron impedidos de visitarlas.
Las acusaciones que el miércoles 29 de agosto les hiciera la Fiscalía General del orteguismo a las prisioneras políticas son como para que ellas estuvieran en Guantánamo. Por ejemplo, a Yaritza la imputan de terrorismo, secuestro, robo con intimidación y amenazas de muerte. A ella y a los otros muchachos capturados en León les atribuyen el incendio del CUUN, donde murió calcinado el estudiante Cristian Emilio Cadena. También el secuestro de dos ciudadanos leoneses a quienes habrían torturado y robado una camioneta el domingo primero de julio. Los acusadores prepararon a 25 supuestos testigos que no probaron nada.
Fue terrible ver a la Vicky golpeada
Yaritza es una persona seria, reservada, estudiosa, quizá algo distraída, y a algunas personas que no la conocen les podría parecer intolerante. Su novio, Gabriel Enríquez, coincide en algo: “Es seria, tiene mirada de militar”. Sin embargo, una vez ella le sonrió, y él se enamoró. Así que este chele que parecería oriundo de La Concordia o San Rafael del Norte en el departamento de Jinotega, y que levanta pesas, es el novio de esta sobreviviente de las ergástulas de la tiranía. También era estudiante de la UNAN.
La primera experiencia más difícil que tuvo que sortear Yaritza fue cuando los secuestraron en León y miró los golpes que tenía su amiga Victoria Obando (Vicky). Su miedo en la mirada y su fragilidad, la estremecieron.
Su segundo momento más complicado fue sufrir humillaciones en el penal “La Esperanza”, “cuando nos desnudaban y constantemente nos ponían a hacer sentadillas para revisarnos al salir y entrar de la celda”. Las carceleras les decían que era normal que fueran desnudadas. No se burlaban, pero no escuchaban las protestas de las prisioneras, quienes en varias ocasiones se negaron a despojarse de sus ropas azules. “Otras veces solo nos atrevimos a decirles que eso estaba mal”.
Por supuesto, la tercera situación más complicada fue tener que dejar a sus compañeras de la celda 4 que no fueron excarceladas. “Sabía que tenía que salir para luchar por ellas”. No les dijeron que iban libres, sino que irían al juzgado, por eso no sacaron sus cosas. Pero las reas sabían que podían ser dejadas en libertad porque así lo dijeron unas presas comunes que habían visto la noticia por televisión. Entre besos y abrazos se despidió de sus amigas: “Espero verlas pronto”. Las condujeron de madrugada a La Modelo y luego hasta ahí les llevaron sus trapitos que dejaron en la bartolina.
Amiga de Irlanda Jerez
Quedaron en prisión nueve reas políticas, incluyendo a la chinandegana Kenia María Gutiérrez Gómez, de 36 años, quien estaba en la otra celda, donde Irlanda y las hermanas cantoras de Niquinohomo, Olesia y Tania Muñoz. Kenia no aceptó la excarcelación porque esta es condicionada, y se quedó con sus compañeras. También exige la libertad de todos los reos de conciencia.
Kenia fue torturada de manera salvaje durante 45 de los 48 días que estuvo en El Chipote, donde le desbarataron los dedos de sus pies, tras suplicios terribles. La quisieron obligar a hacer un video incriminatorio de líderes de la resistencia pacífica de la ciudadanía.
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Quince días estuvo Yaritza en huelga de hambre junto a Nelly Marily Roque Ordóñez, Amaya Coppens, María Peralta Cerrato, Jamileth Gutiérrez Moncada, Solanghe Centeno Peña, Johana, Delgado y Karla Matus Méndez. Reflexionaron y llegaron a la conclusión de que el arma más poderosa que tenían en la cárcel era su salud y que con ella podían luchar y mandar un fuerte mensaje de lucha a la ciudadanía y al mundo.
Ellas se jugaron el pellejo. Al inicio tomaban solo avena, después, únicamente suero. Durante la huelga se dieron cuenta que “no comer no duele tanto”. Quizá la determinación les dio fuerzas a estas mujeres, pero llegó un punto en que empezaron a sentirse mal debido a la deshidratación y especialmente por sus familiares, debieron deponer la protesta.
La prisión es espantosa
Pese a todo, tras los barrotes Yaritza tuvo tres momentos alegres: uno fue cuando se reencontró con Irlanda Jerez y esa noche pudo dormir en una cama rodeada de gente de confianza. Llegó a la prisión el 4 de septiembre, a la celda cuatro, donde en ese momento estaban todas las prisioneras políticas. “Éramos 17. A la única que conocía era a Irlanda. Iba muy nerviosa, tenía miedo, pero verla a ella me dio tranquilidad. Ya no estaba sola”.
En una reunión en la UNAN, Yaritza conoció a la explosiva, sensible y generosa Irlanda, quien había llegado a apoyar en derechos humanos. Se vieron en otras reuniones con organizaciones de la sociedad civil “y nos hicimos amigas con el tiempo y los encuentros. Ella siempre se solidarizaba con nuestra lucha estudiantil y social”.
Fue alegre para ella recibir las visitas especiales que los reos y reas en general tuvieron en ocasión de Navidad y año nuevo. “Pude pasar el primer día del año con mi familia y mi novio”. Conversaron y comieron. Sacando a luz su espíritu irreductible, en esa ocasión las prisioneras cantaron el himno nacional junto a sus familiares. Un tercer momento de alegría en la cárcel para Yaritza fue el día de su cumpleaños. Sus entrañables compañeras le calentaron agua para que tomara café.
De la experiencia como rea política nos quedaremos con una frase rotunda de Yaritza: “La prisión es espantosa”.
(*) Periodista.