Los líderes de la Iglesia católica de Nicaragua han jugado un papel central en múltiples crisis nacionales e históricas, han sido interventores, mediadores, protagonistas y víctimas de los conflictos de un país marcado a finales del siglo XX por una revolución y la guerra.
Actualmente, algunos templos se encuentran en vértice de los ataques del régimen Ortega-Murillo, porque la población ha recurrido a las iglesias para mostrar su repudio al modelo autoritario y policial que se ha impuesto.
En medio del conflicto armado
El 3 mayo de 1988, Día de la Cruz, en municipio de San Rafael del Norte, a 162 kilómetros al norte de Managua, el sacerdote franciscano de origen italiano, Odorico de Andrea, había llevado a una misa a las dos fuerzas militares en conflicto, al Ejército Popular Sandinista y la Resistencia Nicaragüense. Una línea de menos de un metro de grosor, los separaba, estaban lado a lado, sin mediar palabras
En esa misa campal, el fraile italiano decía a través de un megáfono: “No alberguen ya más el deseo de venganza, roguemos al Señor para que ilumine a sus jefes, que se firme de una vez y para siempre la paz”. Ese día, Odorico de Andrea obligó a los soldados a darse un abrazo de paz, un rito de la celebración eucarística católica. Después de este suceso los militares de los dos bandos, se regresaron a sus puestos en las respectivas bases militares.
El padre Odorico de Andrea, fallecido por causas naturales el 22 de marzo de 1990, dejó muchas historias como mediador, incluso a favor de los guerrilleros del Frente Sandinista en la época de la dictadura somocista.
Según un reportaje publicado en el diario La Prensa, el 22 de marzo de 2015, el fraile intervino en mayo de 1979 para que la Guardia Nacional no asesinara a una familia que llegó a buscar el cuerpo de su hijo guerrillero en el cuartel local de San Rafael del Norte. El cura se colocó en medio de los fusiles y les dijo a los soldados que mejor lo mataran a él. Al final los armados decidieron dejar libres a todos y se salvó la familia.
El franciscano pertenecía a las Comisiones de Paz de la Iglesia Católica que se organizaron en Nicaragua después del Acuerdo de Esquipulas II, la iniciativa de pacificación para Centroamérica firmada en Guatemala el 7 de agosto de 1987.
Según la revista académica nicaragüense Envío en una publicación de diciembre de 1987, “Esquipulas II despertó en Nicaragua el sentimiento, casi la convicción, de que la paz estaba al alcance de la mano. Esto movilizó, espontáneamente primero y más organizadamente después, a la población de las zonas de guerra, comprometiéndolas a trabajar por acelerar la llegada de la paz”.
En la misma publicación ya citada, unas de las misiones de estas comisiones formada por católicos y protestantes era lograr el desarme de la Resistencia.
En este momento, el cardenal Miguel Obando y Bravo empezó a participar en un diálogo con el partido en el poder en los 80, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), después de años de confrontación entre el Gobierno y la Conferencia Episcopal de Nicaragua (CEN).
El acercamiento del cardenal con el FSLN se da porque en los acuerdos de Esquilas II, se le pide al Gobierno integrar a los obispos en el diálogo y el proceso de paz.
La batalla ideológica de los 80, la CEN rompió pronto con los sandinistas
En las décadas de los 60 y 70, algunos líderes religiosos, participaron en las luchas revolucionarias en las universidades y barrios de Managua, formando las comunidades eclesiales de base y organizaciones como el Movimiento Cristiano Revolucionario.
La apuesta ideológica de estos líderes religiosos era la teología de la liberación y la instauración de una iglesia popular, de modo que según el exsacerdote Uriel Molina Oliú, precursor de este movimiento: “entre cristianismo y revolución, no hay contradicción”.
El lado más conservador de la Iglesia, representada por el arzobispo Miguel Obando, nombrado cardenal en 1985 por el papa Juan Pablo II, también había asumido una postura crítica contra la dictadura somocista y protegido a los guerrilleros del asedio de la Guardia Nacional; finalmente el 2 de junio de 1979, una carta pastoral de los obispos nicaragüenses hace una referencia al “socialismo compatible con las enseñanzas cristianas y pastorales”, además, expresa que aunque “a todos nos duelen y afectan los extremos de las insurrecciones revolucionarias, no puede negarse su legitimación moral y jurídica en el caso de tiranía evidente y prolongada”.
Sin embargo, desde 1980 los obispos empezaron a desconfiar de la doctrina sandinista y pedían a las familias apostar por una educación cristiana basada en valores y buenas costumbres.
Según monseñor Enrique Herrera, obispo de diócesis de Jinotega, a 140 kilómetros al norte de Managua, el FSLN se apoderó de la revolución contra el somocismo, cuando habían participado diversos sectores del país, por eso la Iglesia se desencantó con el proceso político que tomó el gobierno de los 80.
Por otro lado, en el nuevo gobierno revolucionario se integraron como funcionarios a algunos sacerdotes, entre ellos estaban Ernesto Cardenal como ministro de cultura, Fernando Cardenal, ministro de Educación, Edgard Parrales, embajador de Nicaragua para la Organización de Estados Americanos (OEA) y Miguel d’Escoto, ministro del Exterior. Sin embargo, esto no fue bien visto por el Vaticano y muchos obispos nicaragüenses.
Juan Pablo II había emprendido una lucha contra el comunismo en el mundo cristiano. La revolución sandinista tenía el respaldo de países del bloque, sobre todo de Cuba y la Unión Soviética, obviamente esto no era algo que agradara al máximo líder católico.
La pugna del sandinismo con los obispos llegó a involucrar a la Seguridad del Estado, en uno de los actos más controversiales en la historia del país, cuando el padre Bismarck Carballo, mano derecha del cardenal Obando, vocero del CEN y director de Radio Católica, fue víctima de un burdo montaje propagandístico.
El 12 de agosto de 1982, la funcionaria del Ministerio del Interior (MINT) Maritza Castillo Mendieta invitó al sacerdote a un almuerzo, oportunidad que aprovecharon los agentes para desnudarlo a punta de amenazas y golpes, mientras medios y turbas lo esperaban afuera para montar un escándalo sexual.
La Radio Católica fue censurada por los sandinistas como todos los medios independientes u opositores, el Gobierno llegó a cerrarla bajo el argumento de desacato a la ley, sobre todo por haberse negado a trasmitir el mensaje de fin de año de Daniel Ortega.
En julio de 2004, Daniel Ortega le pidió perdón a monseñor Carballo por lo sucedido en los 80. A lo que el religioso respondió positivamente y a la fecha es un aliado incondicional del actual régimen.
La visita a Nicaragua del papa Juan Pablo II en 1983 disparó las tensiones, primero por la humillación pública al padre trapense Ernesto Cardenal, aliado de los sandinistas, y por último, por la politización de los asistentes sandinistas a la misa campal del representante mundial del catolicismo. El pontífice llegó a reclamar que se callaran para poder continuar con su homilía.
Después de muchas pugnas entre el gobierno sandinista y la Iglesia católica, el Vaticano destituyó en 1984 a los sacerdotes que eran funcionarios. Los sandinistas también expulsaron ese año a diez sacerdotes extranjeros y en 1986 al presidente de la Conferencia Episcopal de Nicaragua, monseñor Pablo Antonio Vega Mantilla, quien había expresado en diversos medios de comunicación internacionales su descontento con el gobierno sandinista.
Según comentó a Expediente Público el ex sacerdote Edgard Parrales, embajador de la OEA en los 80, una de las razones por las que la Iglesia nunca ha tenido afinidad con el FSLN es por los preceptos ideológicos de este partido: “en el Frente Sandinista hay una concepción marxista de la sociedad, de la vida, de la historia y, para ellos la persona no tiene ningún valor. Ellos son utilitaristas, la persona no tiene ningún valor como en la concepción occidental cristiana, el ser supremo de la creación, el ser con espiritualidad, con derechos, para ellos son números, son cosas, son masa, esos tratamientos les daban a los campesinos, a sus seguidores.”
Monseñor Juan Abelardo Mata, obispo de la diócesis de Estelí, a 147 kilómetros de Managua, y actual portavoz de la Conferencia Episcopal, recalca que para el marxismo lo más importante es el Estado, que es dueño de la tierra, de la producción, de la población, de todo, y que eso explica el comportamiento de los sandinistas con las poblaciones urbanas de Nicaragua en el momento de la Revolución.
El cardenal Obando: protector, enemigo y aliado
El cardenal Miguel Obando Bravo falleció el 3 de junio de 2018, en un momento de grandes protestas contra el régimen Ortega-Murillo, sus honras fúnebres se realizaron en un ambiente privado muy discreto, que no compensaron su relevancia histórica, más aún, tratándose del primer purpurado nicaragüense.
Obando comparte con Daniel Ortega el mismo lugar de nacimiento, un municipio minero del centro del país llamado La Libertad, pero fue hasta 1974 cuando las vidas de ambos personajes se cruzan, debido a las labores de mediación del obispo por el asalto a la casa de un importante funcionario somocista, José María Castillo, por parte de un comando del FSLN. La operación de los guerrilleros logró con la intervención del religioso la liberación de presos políticos, entre ellos, Ortega y el que llegó a ser jefe de la Seguridad del Estado, Lenín Cerna.
En 1978, durante la toma del Palacio Nacional por otro grupo sandinista, Obando también fue el mediador.
Edgar Parrales señala que el fallecido cardenal apoyó a los guerrilleros revolucionarios, criticó la corrupción y las violaciones a los derechos humanos del régimen somocista. Sin embargo, durante los años 80, ya instaurado el gobierno sandinista mantuvo una postura crítica porque el FSLN no comulgaba con el cristianismo, sino, con el marxismo ateo.
El Frente Sandinista llamó al cardenal Obando “enemigo de la revolución” y lo acusó de apoyar al ejército irregular de la Resistencia y al Gobierno de Estados Unidos. Los medios de comunicación sandinistas lo acusaron de recibir fondos de organizaciones norteamericanas asociadas al Instituto para el Desarrollo del Sindicalismo Libre y la CIA, esto según el académico mexicano Juan José Monroy García.
Obando, en una misa celebrada en Honduras en febrero de 1986, dijo en su momento: “Yo no soy político, no lucho contra la revolución sandinista y no estoy aliado con la contrarrevolución de ninguna manera, ni a favor de determinado grupo. Mi único favoritismo es hacia la Santa Madre Iglesia. Yo no lucho contra la revolución sandinista, yo lucho contra el pecado”, cita Monroy García en una investigación.
En los 90, mantuvo su oposición al partido sandinista que ya no estaba en el poder, apoyando al Partido Liberal Constitucionalista, para impedir el regreso de Ortega al poder.
Sin embargo, en 2005 sostuvo un extraño acercamiento con Daniel Ortega, quien aspiraba a ganar las elecciones de 2006, básicamente impulsado por las acusaciones de corrupción de su protegido Roberto Rivas, entonces presidente del Consejo Supremo Electoral, pero quien dirigió durante dos décadas la Comisión de Promoción Social Arquidiocesana (Coprosa), fundación investigada por la Contraloría.
El papa Juan Pablo II aceptó la renuncia del cardenal a sus cargos en el arzobispado de Managua en abril de 2005 y el 3 de septiembre de ese año ofició el matrimonio religioso de Ortega y su compañera Rosario Murillo.
Ortega lo nombró en 2007 responsable de Comisión Nacional de Verificación, Reconciliación, Paz y Justicia. En 2016, lo declaró en vida, Prócer de la Reconciliación y la Paz.
La Iglesia, ¿protectora de rearmados?
La Asociación Nicaragüense Pro Derechos Humanos (ANPDH), ha documentado desde 1986 la violencia estatal hacia campesinos, excontras y rearmados. Monseñor Abelardo Mata fue uno de sus directivos fundadores, por eso, personas afines al Frente Sandinista lo han tildado de protector de bandas delincuenciales.
“No es por los rearmados, sino, por la violencia que se ha ejercido sobre gente inocente que no tenía nada que ver con el problema, que nosotros hemos venido denunciando desde hace muchos años todas las tropelías que se cometían contra el campesinado, particularmente con los familiares de los que andaban armados, les derribaban las puertas, lo que ahora hacen en las ciudades, lo hacían en el campo”, señaló el obispo Mata.
Roberto Petray, exdirector ejecutivo de la ANPDH, recuerda que los campesinos siempre acudieron a la asociación por el acoso que recibían en el campo de parte de militares, sobre todo familiares de excontras o recontras, “no perseguían al rearmado, sino, al familiar. La gente salía de sus casas las 4 de la madrugada, porque tienen que huir. Por eso, nosotros nos inmiscuimos protegiendo a esta gente. El obispo Mata a mí me decía: Hijo, la Iglesia tiene que velar por las personas que están siendo capturadas”.
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En 1992, el rearmado Denis Ciriaco Palacios, alias El Charro fue asesinado en el municipio de Waslala, a 240 kilómetros al norte de la capital Managua, en un operativo del Ejército Popular Sandinista. Se colocó con base a artimañas un explosivo en un radio comunicador que posiblemente le hicieron llegar a través de excontras infiltrados.
Funcionarios del gobierno de Violeta Barrios afirmaron que este asesinato era algo bueno para el país, porque era un delincuente que mantenía en zozobra el área del municipio de Waslala y atentaba contra la paz del país, sin embargo, monseñor Mata, calificó el acto como “un retroceso al avance social”.
En un reportaje publicado en el Diario La Prensa el 28 de noviembre de 2017, el obispo Mata recalcó que en Nicaragua no existe la pena de muerte y que la solución de los grupos armados no es aniquilándolos, sino, atendiendo los motivos que se armaron.
Mata explicó a Expediente Público que la Iglesia “jamás aprobó (los asesinatos), hay otros caminos para pelear por la libertad de Nicaragua, que son la vía cívica, la vía política, a ellos no los acusaban por ser rearmados, los acusaban de narcotraficantes o andar robando ganado”.
Sombras del pasado
Monseñor Rolando Álvarez, obispo de la Diócesis de Matagalpa, caminó literalmente entre balas, morteros caseros y barricadas, en las calles del municipio de Sébaco, a 104 kilómetros de Managua, con el propósito de calmar la violencia durante las protestas de 2018 contra el régimen de Daniel Ortega.
Álvarez expresó en la misa del Divino Niño, celebrada en Matagalpa en julio de 2018, que los pastores debían conducir a su rebaño a riesgo de su propia vida.
La Conferencia Episcopal de Nicaragua (CEN) fue invitada al Diálogo Nacional de 2018 que buscaban resolver la crisis sociopolítica desencadenada por la represión a las protestas contra las reformas al sistema de pensiones. En ese momento, los obispos asumieron como mediadores.
El 23 de mayo de 2018 se realizó la tercera sesión del Diálogo Nacional, en esa sesión el obispo de Matagalpa, Rolando Álvarez, leyó un documento denominado la Ruta Democrática, donde se proponía prácticamente la refundación del Estado de Nicaragua y prácticamente la salida de Ortega. Esta fue la última sesión de diálogo en que participó la Conferencia Episcopal, deteniéndose prácticamente el proceso de diálogo por casi un año.
El 19 de julio de 2018, Ortega manifestó en su discurso su molestia contra los obispos porque consideraba que no habían asumido su papel de mediadora en y los calificó de parciales, pues prácticamente estaban apoyando el golpe de Estado, del que se ha creído víctima el régimen de Ortega. Tras estas declaraciones, se incrementó el acoso y persecución a los sacerdotes.
Después del reinicio del diálogo el 27 de febrero de 2019, la oposición a través de la Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia, pidió la mediación de los obispos, pero ellos aceptaron solo como acompañantes del nuevo proceso. Mientras el Vaticano trasladó a Roma, en abril, al principal crítico del régimen Ortega-Murillo, el obispo auxiliar de Managua, monseñor Silvio Báez.
De observadores a salvadores
Ante el fenómeno de las protestas antigubernamentales de 2018, la Iglesia católica nicaragüense no fue indiferente.
La Catedral de Managua y casi todos los templos abrieron sus puertas a protestantes antigubernamentales con el fin de protegerlos de las agresiones de paramilitares, turbas y policías del régimen de Ortega, las imágenes de estos hechos circularon por todo el mundo.
La población nicaragüense, particularmente los estudiantes, se manifestó desde abril de 2018 en las calles por descontento con las reformas a la Ley de Seguridad Social, que entre otras polémicas medidas reduciría el monto de dinero a los pensionados, a consecuencia de la corrupción en el manejo de los fondos en el Instituto Nicaragüense de Seguridad Social (INSS).
Las protestas fueron reprimidas por el Gobierno y se estima que en este contexto murieron más de 300 personas y centenares fueron detenidos y enjuiciados, también hay una cifra oscura de personas desaparecidas, según diversos organismos nacionales e internacionales. Esto ha generado una crisis social y política que no se ha resuelto.
Las acciones de la Iglesia católica a favor de los protestantes han llevado a los religiosos a ser también blanco de la represión. En el transcurso de la crisis se dieron atentados contra los sacerdotes Edwin Román en julio de 2019; Aberlado Mata, el 15 de julio de 2018; el asedio policial al padre Eliar Pineda, en julio de 2018; en julio 2019 al obispo Rolando Álvarez; y el ataque con ácido contra el vicario de la Catedral Metropolitana, Mario Guevara, en diciembre de 2018, cometido por una ciudadana rusa.
El 7 de octubre de 2019, monseñor Abelardo Mata denunció el acoso sufrido en los templos por simpatizantes orteguista, según un video del medio 100% Noticias:
“En los últimos días el Gobierno a través de la institución policial y otros grupos, ha intensificado su persecución contra nuestros feligreses, atemorizándolos con filmaciones, fotografías, agresiones verbales y físicas y con el asedio en plena acción litúrgica en lo que constatamos graves violaciones al ejercicio de la libertad de culto, según el artículo 29 de nuestra Constitución, la Iglesia católica estará siempre abierta para todos los que se sientan perseguidos y excluidos”.
Monseñor Enrique Herrera, obispo de la diócesis de Jinotega, advierte que “siempre el que sube al poder con armas se convierte en otro poder que viene a violentar los derechos humanos”.
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Actualmente no hay un movimiento armado en el norte del país que cuente con la ayuda de extranjeros, “nadie quiere volver a lo de antes, ya se sufrió mucho”, afirma el prelado.
Sin embargo, a monseñor Herrera le preocupa que la violencia en el campo se ha incrementado a raíz de la crisis sociopolítica que Nicaragua enfrenta desde abril 2018, sobre todo en los municipios de Wiwilí y el Cuá, en el norte del país.
“Esas son las consecuencias, el Gobierno repartió armas a sus militantes. En el campo trabajan así a escondidas, matan y roban y la Policía no actúa para dar respuesta a esto”, expresó.
Asimismo, considera que las familias están sufriendo por la situación de la persecución y amenaza en la que viven.
Actualmente la Iglesia católica está trabajando con sus propias organizaciones de derechos humanos para identificar víctimas, con el fin de darle ayuda y reubicar a las personas que son perseguidas.
Por ejemplo, en la ciudad de Matagalpa la Iglesia católica dirige una comisión de derechos humanos que trabaja con abogados, para darle apoyo a los familiares de presos políticos y brindar acompañamiento a dichos reclusos.
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Monseñor Mata asevera que en Nicaragua el problema es que, muchas personas que participaron en la guerra de los ochenta, no recibieron el apoyo necesario y quedaron con el veneno del conflicto en el corazón.
“El hombre que anda con un arma envenena su alma y hemos dicho que no andamos en una sola línea (intentando decir que no son una Iglesia parcializada), pero algunos campesinos no tienen otro lenguaje más que ese”, advierte el obispo.
Y recalca: “Nuestra función principal, no es rearmar a la revolución, la violencia siempre la hemos condenado, venga, de donde venga, la violencia siempre trae más violencia”.