*El historiador y politólogo cubano Armando Chaguaceda explica cómo Rusia se proyecta en la academia y las universidades de la región.
**Políticos que hoy influyen en el ámbito académico y periodístico podrían, en un futuro, convertirse en gobernantes y cambiar la postura favorable al Kremlin.
Expediente Público
Rusia se vale de las instituciones educativas en América Latina para influir en la opinión pública y en las decisiones políticas en Occidente, advirtió el historiador y politólogo cubano Armando Chaguaceda.
El Kremlin usa estratégicamente sus vínculos con académicos e intelectuales de América Latina para promover narrativas y propaganda que favorecen sus intereses geopolíticos, expuso Chaguaceda a Expediente Público.
“La Academia y los intelectuales en América Latina y otras partes del mundo producen ideología, influyen sobre las mentalidades y difunden narrativas”, explicó el entrevistado.
Chaguaceda añadió que la ideología rusa también puede ser transmitida a través de los medios de comunicación, con el fin de difundir desinformación que favorezca los intereses del Kremlin.
“Las ideas importan para la acción política, las ideas pueden ser ideologías sistematizada en programas políticos. Las ideas pueden ser también mentalidades de determinados sectores de la población sobre los cuales esos programas políticos operan o influyen”, explicó el historiador y politólogo.
Por eso, Rusia tiene una estrategia de “captura de élites”, que consiste en influir y cooptar a figuras clave en posiciones de poder.
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Chaguaceda explicó que Rusia “como toda potencia, trata de influir en las élites académicas, culturales e intelectuales”.
En este sentido, el régimen ruso como la República Popular China “influyen, seducen, cooptan a élites locales del llamado Sur Global”.
En Nicaragua, por ejemplo, hay un régimen con clara fidelidad al autoritarismo de Vladimir Putin, ahí la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN) realiza intercambios con académicos de la Universidad Estatal M.V. Lomonósov de Moscú.
Rusia y la captura de élites
El objetivo, según el académico, es promover narrativas prorrusas y captar a los educadores.
La “vinculación a programas y eventos organizados en Rusia” de universidades regionales, añadió Chaguaceda, es una estrategia clave en la expansión de la influencia del Kremlin.
En el caso de América Latina, sobresale la “organización de eventos académicos, en coautoría con la Academia de Ciencias Sociales de la Federación Rusa”, manifestó el historiador y politólogo.
A pesar de que se trata de una relación pasiva del lado latinoamericano, y activa de la parte rusa, “hay coincidencias dentro de una visión del mundo del rol de los académicos e intelectuales”, señaló Chaguaceda.
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Por ejemplo, algunos académicos e intelectuales de América Latina “colaboran con una faceta periodística” en esta dinámica, enfatizó Chaguaceda.
¿Qué promueve Rusia?
Entre las principales narrativas que se difunden en consonancia con las “oficiales del Estado ruso” se encuentra la justificación de la guerra en Ucrania como una respuesta defensiva ante la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Para respaldar esta justificación, las élites académicas de la región emplean los conceptos oficiales del Kremlin.
“No solo la narrativa, sino las propias palabras, los conceptos, la idea de operación militar especial, la idea de la invencibilidad de las Fuerzas Armadas rusas”, explicó Chaguaceda en entrevista con Expediente Público.
El 24 de febrero de 2022, Rusia lanzó la invasión a gran escala en Ucrania. Sin embargo, las tensiones entre ambas naciones empezaron desde 2014, cuando Putin anexó la península de Crimea y comenzó el conflicto en las regiones de Donetsk y Lugansk.
La invasión a gran escala de Ucrania por parte de Rusia, que ya entró a su tercer año, deja 30,457 víctimas civiles desde que comenzó la ofensiva rusa, de los cuales 10,582 murieron y 19,875 resultaron heridas, según Naciones Unidas.
Como parte de su narrativa, Rusia promueve la idea de que lo que ocurre en Ucrania es “responsabilidad” de los países que conforman el “occidente colectivo”, un concepto que incluso es “utilizado en la Cancillería por los funcionarios rusos”, describe Chaguaceda.
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Otra es la idea misma del Sur Global como un espacio al cual pertenecen Rusia y China, en supuesta “igualdad de condiciones”, presentadas como “potencias no hegemónicas”.
Los beneficios que busca Putin
El régimen autoritario de Vladimir Putin busca beneficiarse del ecosistema latinoamericano a través de esta estrategia de “captura de élites”.
En principio, Putin busca una “mayor difusión de sus narrativas”, que remiten a las “ideologías de Estado, a la propaganda de Estado”, para influir en la opinión pública.
Según Chaguaceda, al influir con su narrativa, Rusia “obtiene legitimidad” y, al mismo tiempo, va “fortaleciendo” un sector de apoyo dentro de la academia y entre intelectuales.
“Ayudan en el reposicionamiento global de la legitimidad del Estado ruso, y sus decisiones ayudan a neutralizar, por ejemplo, sanciones u oposiciones diplomáticas globales”, explicó Chaguaceda.
Eventualmente, según el historiador y politólogo, la influencia rusa permitiría que sectores de las élites de esos gobiernos y sociedades democráticos “cambien las posturas de política exterior”.
Los riesgos y peligros de captación académica
“Políticos que hoy pueden estar en el campo académico, en el campo de la opinión, en el campo periodístico, mañana pueden ser gobernantes electos democráticamente, y cambiar la postura del país respecto al Estado ruso”, explicó Chaguaceda.
Además, para Chaguaceda, esta estrategia también permite a Rusia fortalecer a actores locales de “ideología diferente”, es decir, no democrática.
No obstante, la participación en programas financiados por un Estado autocrático como el ruso plantea interrogantes por el “poco margen a la crítica” que queda entre los académicos.
“Deja poco margen a la crítica, casi ninguno a la crítica de sus políticas”, reitera Chaguaceda.
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Es decir, un académico que participa en un programa que está financiado por un Estado que no permite críticas a sus políticas, utiliza conceptos “falsos” como, por ejemplo: “operación militar especial o gobierno nazi para referir a la situación de Ucrania o expansión de la OTAN”.
Ese académico, según Chaguaceda, es diferente a alguien que, por ejemplo, hace una crítica sobre “determinada decisión de Europa o de Estados Unidos”.
Por el contrario, “un académico o una académica intelectual de occidente puede, legítimamente, y debe, incluso, revisar críticamente las posturas y las acciones de su Gobierno”, enfatizó Chaguaceda.
Otro peligro, según Chaguaceda, es el uso de “conceptos forjados” por los aparatos de desinformación y propaganda, que restringen la posibilidad de discrepar de las políticas de Estados autocráticos.
Poner un límite
Para el historiador y politólogo, es esencial distinguir entre aquellos intelectuales que son genuinamente independientes y cuyas opiniones se fundamentan en un análisis riguroso y objetivo, y aquellos que forman parte de élites que han sido capturadas.
Chaguaceda considera fundamental poner límites, sobre todo cuando “se está lidiando con un Estado que no solo desinforma, sino que ejerce espionaje, penetra espacios institucionales con riesgo de distinto tipo para personas e instituciones”.
Agrega que, en este proceso, se deben abrir al debate y la reflexión con los académicos que permanecen en Rusia o se encuentran en la diáspora, y que poseen “una visión crítica o sofisticada de la vida civil, social y política rusa”.