*Las protestas de Cuba del 11J de 2021 y las relacionadas con los apagones en 2022, revelan que ni una dictadura tan sólida como la cubana escapa a la protesta social. ¿Qué lecciones y qué desventaja tienen los nicaragüenses en comparación con el pueblo de Cuba?
**Experto analiza las grietas de la dictadura y posibles escenarios para terminar con el autoritarismo en Nicaragua.
Expediente Público
La oposición, la sociedad civil y los movimientos sociales deben reestructurarse, transformarse y buscar otras formas de resurgir frente a regímenes autoritarios donde están prácticamente asfixiadas, concluye el “profesor Diego”, sociólogo nicaragüense entrevistado por Expediente Público.
«Por definición este tipo de regímenes va a inhibir cualquier tipo de movilización”, tanto en Cuba como en Nicaragua, precisó. En ambos casos las protestas callejeras son difíciles de revivir por la habilidad para reprimir de dichos Estados.
En Nicaragua durante 2018 y en Cuba en 2021, surgieron protestas nacionales y brotes de inconformidad. El experto considera que, en el caso del régimen de Daniel Ortega, el contexto era diferente al de la Isla castrista, como el actuar en su propio territorio.
Las protestas de Nicaragua en 2018 se dieron en un momento en el cual el autoritarismo no se había consolidado. El 11J (en alusión a las protestas en Cuba el 11 de julio de 2021) si se da en un país altamente represivo, donde ya estaban bajo un régimen netamente autoritario.
En Cuba las condiciones económicas y la pandemia llevaron a la población a las calles, pero se toparon casi de inmediato con la realidad autoritaria. Las protestas en Cuba no se extendieron a meses, sino, días. Lo que ocurrió es que la diáspora continuó hablando de esta crisis, explicó.
Cuatro años después, en términos de indicadores democráticos, Nicaragua esta igual que Cuba. El Estado está en mayor capacidad y tiene mayor voluntad de reprimir manifestaciones, por lo que es factible esperar una situación similar, admitió el académico.
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Nuevos focos de protestas en Cuba
A pesar de todo, en este 2022 están surgiendo nuevos brotes de inconformidad pública. Los apagones en Cuba; y el acoso y detención domiciliar del obispo de Matagalpa, Rolando Álvarez, en Nicaragua, detonaron protestas, aunque lejos de la capital. Esto a pesar del control y de un aparato represivo consolidado en ambos países.
El experto señala que este tipo de movilizaciones no tienen las dimensiones nacionales que tuvieron las de abril de 2018 en Nicaragua; o las del 11J en Cuba. Esto debido a la capacidad de control del Estado que evita a toda costa que escalen. Por otro lado, la ciudadanía percibe el riesgo de movilizarse, porque la represión es visible.
La gente no se involucra ni participa porque sabe que se expone a la represión. En Cuba, personas que participaron en las protestas del 11J dicen que, de volver a darse una situación parecida, no participarían. Lo mismo en Nicaragua, porque observan que rostros considerados “intocables”, están siendo perseguidos y evitan involucrarse, aunque estén en disenso.
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El analista enfatiza que, bajo las condiciones actuales en el contexto político, podría suceder algo en el corto o mediano paso. Esto como resultado de “la biología, o la naturaleza, o por un factor político que puede cambiar el escenario”.
Agregó: “Hay que tener un equilibrio entre lo que sería una falsa esperanza y un pragmatismo resignado (…). Es importante seguir estimulando otras formas de movilización que permiten visibilizar el disenso”.
Un ejemplo de ello es que varias organizaciones en la diáspora siguen proponiendo algún tipo de escenario ‘post-Ortega’. “Algunos centros de pensamiento también lo están haciendo. ¿Qué hacer cuando esto vaya a cambiar, cuando se pueda tener una transición democrática? Pero no se puede esperar un tipo de movilización en esta situación tal cual está”, apuntó.
La migración como válvula de escape
Otra práctica habitual de estos gobiernos autoritarios es aprovechar la válvula de escape que representa la migración hacia Estados Unidos. Esto les permite canalizar la crisis económica y la inconformidad.
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Adicionalmente, organizaciones políticas dentro y fuera del país están en una especie de hibernación para procesar lo ocurrido, pensar nuevas estrategias y continuar.
“Me preocupa que estas cosas se hagan de forma artificial, porque existen grupos que responden a dinámicas que no precisamente son de convicción plena” señaló el entrevistado.
Apunta que tales grupos “se mueven a veces por mecanismos impuestos, hacen actividades por un proyecto, lo cual es nocivo para los movimientos sociales que deben proponer sus propias acciones e interpretaciones. Algo que estaba advirtiendo la Iglesia católica en el contexto electoral, la imposición de agenda”, argumentó.
La sucesión del poder
Mantener el disenso por medio de una narrativa que proponga una sociedad “post-Ortega”, como lo hacen organizaciones civiles como Expediente Abierto, podría verse desesperanzadora ante la realidad de Cuba o Venezuela. Allí la sucesión de Fidel Castro y de Hugo Chávez se consolidó al final.
Daniel Ortega, después de 15 años consecutivos en el poder, tendría 81 años si se presentara a una quinta reelección consecutiva en 2026. Por eso, ya dentro del Frente Sandinista se habla de una sucesión, siendo el principal candidato, su hijo, Laureano Ortega Murillo, de 42 años.
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“Si hay una transición en estos momentos, habría una crisis fuerte de poder. Si hay una sucesión se generaría un vacío de poder que no se generó en Cuba o Venezuela. Entraría el régimen muy débil al relevo dinástico, como se menciona en algunos círculos. Habría que ver cómo reacciona el Ejército con una figura que ellos no reconocen”, sostuvo el profesor Diego.
“Otros elementos a considerar son los temperamentos y cómo están posicionadas estas personas dentro del partido. Ellos entran muy débiles a un escenario de sucesión por la misma naturaleza del partido, por la figura de Ortega. Se generaría una dinámica de lucha interna que podría hacerlos implosionar por la ausencia de liderazgo fuerte y de facciones que pudieran surgir”, añadió.
El caso de Nicolás Maduro, como sucesor de Chávez es un ejemplo de cómo estos aparatos partidarios sobreviven a la pérdida de un líder que centraliza el poder.
El académico considera que, a diferencia de Cuba y Venezuela, la centralización del poder en Nicaragua es mayor y el partido es dependiente de Ortega. Es decir, hay liderazgos plásticos que no tienen efecto en las decisiones del partido, no han sido expuestos en cuestiones determinantes. Cualquier forma de transición, sea alguien dentro del círculo familiar o no, va a generar un vacío de poder e inestabilidad que podrían verse como una posibilidad de movilizarse para la sociedad civil y cualquier otro grupo de interés.
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“Nadie es eterno”
El problema es que el Frente Sandinista está claro de esta situación. De hecho, el experto recordó que en 2014, cuando el régimen se reunió con los obispos, Ortega recibió el mensaje que “nadie es eterno”.
“Lo habrán considerado (la muerte o jubilación de Ortega) y quizá pensaron que esa transición no sería en medio de una crisis que inició en 2018. Tendrán que ver todas las enormes amenazas en su entorno y cubrir lealtades, particularmente del Ejército y la Policía”, dijo.
“Que el sandinismo termine estructurándose y ganando tiempo para resolver estos problemas que lo agobian es un riesgo, sin duda. Pero hay dos tipos de espera, una pasiva que ciertamente va a generar ese tipo de resultados, es decir, el pragmatismo resignado. La otra es una espera activa y proactiva”, sostuvo.
¿Se prepara el régimen para el fin del Cafta?
Según el experto, a diferencia de Cuba, no se contempla un embargo. La misma ley Reforzar el Cumplimiento de Condiciones para la Reforma Electoral en Nicaragua (Renacer, por sus siglas en inglés), que es el marco legal de presión de los Estados Unidos, determina algunos mecanismos. Uno de ellos es el Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos, Centroamérica y República Dominicana (Cafta-DR por sus siglas en inglés), y que quedó evidenciado cuando este año se determinó que Nicaragua quedó excluida de exportar azúcar a Estados Unidos en 2023.
“¿Pondría en tela de duda, que el incremento del desgaste económico producto de sanciones como un embargo o anulación del Cafta, generaría algún tipo de movilizaciones?. No ha ocurrido en Cuba, difícilmente ocurriría en Nicaragua. El tema de la movilización depende de la capacidad y voluntad del Estado para seguir reprimiendo”, afirmó el experto.
Capacidad real y alternativa para presionar
Aunque el Frente Sandinista no parece preparado para quedarse sin Ortega, esto no significa que el régimen está débil. A juicio del experto, hay mucha solidez en torno al mandatario, y esto se refleja al menos en términos de percepciones o lo que proyectan. Se percibe mucha solidez, como ocurre con Cuba, argumentado por la abundante retórica antiimperialista y la memoria histórica.
“No compro mucho el discurso que están débiles. Si lo fueran, no tendrían el grado de control que tienen. Muchos de los tomadores de decisiones están ahí porque se sienten consecuentes de defender ese régimen. No solo se mueven por un factor económico, no es de esa naturaleza su apoyo, por eso es importante estudiar la retórica porque tiene mucha fuerza para preservar sus proyectos como tal. Aunque hay personas que se mueven por incentivos económicos”, precisó.
“Si hay algún disenso será controlado. Puedo pensar que hay algunas personas pensando distinto, pero la estructura partidaria tiene la suficiente fuerza para desmontar eso. Como con cualquier institución, hacia adentro pueden no estar de acuerdo, pero al exterior, incluso ante un enemigo externo, lo que hacen es cohesionarse, cerrar filas”, agregó.
Danielismo, construcción y deconstrucción de una figura
En un momento que no hay movilización social, la crisis sociopolítica se concentra en las narrativas y los espacios simbólicos. Ortega y el Frente Sandinista construyen sus propias historias, tanto de la revolución sandinista, como del periodo de transición democrática y su propio autoritarismo o de los sucesos de 2018.
“En términos internacionales sabemos que la imagen del Frente Sandinista y del líder revolucionario Daniel Ortega se ha desmontado, incluso antes de 2018. Tanto a nivel nacional como internacional le percibían como un régimen interesante. Con ciertas características democráticas y ciertas tendencias autoritarias, aunque al final estaba ‘logrando un bien por el país”, precisó.
El escenario electoral de 2021 confirmó la calidad del régimen autoritario en Nicaragua. Esa proyección que perdió mucha fuerza, la imagen ante grupos de académicos, políticos, como se ve en el distanciamiento de presidentes de izquierda.
Por otro lado, tenemos a la oposición y grupos que se resisten. Por ejemplo, la Iglesia católica, que tiene mucha influencia, y generan imágenes que se promueven y difunden sobre el grado de represión. Es importante decir que está perdiendo la batalla en ese sentido en la producción de símbolos que permitan ganar simpatía.
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Internamente, una encuesta de CID Gallup en julio reciente, indicó que el 37% valoraban positivamente la gestión de Ortega. Es la base histórica del sandinismo, por lo cual, hay un posicionamiento relativamente exitoso de la censura y la propaganda.
Para el experto, esto se debe a la capacidad de producir un discurso e imágenes para sus bases. También por una población más vulnerable dentro del país, que se beneficia de proyectos y programas sociales. Además, está el efecto del consumo cultural noticioso.
Por otra parte, la censura mediática es mayor. Por tanto, solamente quien tiene acceso a medios alternativos puede tener una imagen más crítica.