*Dydine Umunyana, escritora ruandesa, activista y sobreviviente del genocidio de 1994 en su país, explica a Expediente Público el largo camino que debe llevar Nicaragua cuando salga de la dictadura, desde su experiencia personal.
**“Hay poder en la unidad. Cuando están divididos, pierden. Pierden poder. Cuando están juntos, es difícil derrotarlos”, reiteró Umunyana.
Expediente Público
“Con respecto a la historia de Nicaragua y el clima político actual, lo que puedo decir es que en Ruanda también esperábamos que la comunidad internacional viniera a arreglarlo (detener la masacre) y no pasó nada, observaron durante tres meses mientras las personas eran asesinadas”, afirma Dydine Umunyana, autora de Embracing survival, libro autobiográfico que narra cómo sobrevivió el genocidio de 1994.
“A menos que el país tenga recursos valiosos como el oro y las minas, entonces la comunidad internacional estará muy interesada en ese lugar. Pero si no hay nada en ese lugar, no habrá interés”, detalló a Expediente Público la también confundadora de Umuco Love Foundation, una organización de prevención del genocidio, asistencia a sus víctimas y cultura de paz.
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En 1994 extremistas de la etnia hutu de Ruanda masacraron entre medio millón y un millón de personas, la mayoría tutsis, pero también hutus moderados. El genocidio terminó cuando los rebeldes tutsis tomaron el poder y crearon un Gobierno de unidad nacional.
“Lo difícil de Ruanda fue que el genocidio fue cometido por ruandeses que mataban a otros ruandeses y el mundo entero solo miró durante un período de tres meses. El genocidio fue detenido por otros ruandeses”, remarcó Umunyana.
El factor unidad
“Debemos valorar la vida, la existencia y el entendimiento mutuo. Valorar a nuestra propia gente, nuestras propias culturas, sin esperar que el mundo exterior venga a ayudarnos”, manifestó Umunyana en Bogotá, donde participó en el Festival Gabo, a inicios de julio.
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“Debemos valorar nuestras propias vidas y comprender la vida de los demás, buscando la unidad en lugar de la división. En el momento en que comenzamos a separarnos y a deshumanizarnos mutuamente, normalizamos la violencia y la pérdida de vidas. En Ruanda, después del genocidio, había millones de perpetradores. Pero una cosa que ayudó a romper el ciclo de odio y a valorar la vida de los demás fue que el Gobierno no buscó venganza”, indicó la joven.
“La única forma de avanzar fue buscar la justicia, aprender a perdonar, vivir juntos, promover la unidad y enfrentar la justicia”. Incluso había un programa en el que aquellos que habían estado en prisión durante ciertos años podían regresar a sus hogares y realizar un servicio público, ayudando a reconstruir las casas que habían destruido durante el genocidio, agregó.
“Tuvimos que encontrar estrategias para unir a nuestra gente y traer de vuelta a aquellos que habían vivido en el exilio en países vecinos durante décadas. El Gobierno abrió las fronteras y permitió que regresaran a Ruanda, enfrentaran la justicia y recuperaran su identidad como ruandeses. Eso ha ayudado a reconstruir el país”, sostuvo.
“Debemos valorar nuestras propias vidas y comprender la vida de los demás, y aprender a no separarnos los unos de los otros. Porque en el momento en que comenzamos a dividirnos, a deshumanizarnos mutuamente, en ese momento empezamos a sentir que la vida de esa persona no significa nada. Luego normalizamos matarnos unos a otros. Normalizamos el poner fin a una vida. Y eso es lo que sucedió en Ruanda”, consideró la entrevistada.
“Espero que en Nicaragua también encuentren una forma de valorar a las personas que son nicaragüenses, valorar sus vidas y darse cuenta de que hay poder en la unidad. Cuando están divididos, pierden. Pierden poder. Cuando están juntos, es difícil derrotarlos”, reiteró.
Sobreviviente
Umunyana recuerda que un hutu la salvó. “Me sacó de la fila donde estaban matando a todos los demás. En ese momento ya me habían separado de toda mi familia. No sabía dónde estaban. Y él me salvó la vida. Durante todo el genocidio, a lo largo de los tres meses, él buscó a mi familia y encontró a una de mis tías y me entregó a ella. Y así continué el viaje”.
El genocidio ocurrió entre el 7 de abril y el 15 de julio de 1994, en el que las personas huían y corrían de los perpetradores. “Intentábamos dirigirnos hacia Uganda junto con mi tía. Si entramos en detalles sobre todo el viaje, nos tomaría días”.
Pudo reunirse con su padre, quien padeció de u estrés postraumático “increíblemente horrible, ya que había perdido a toda su familia, sus padres, sus hermanos. Mi hermanito y yo éramos la única familia que le quedaba y él no podía aceptar realmente la vida después de eso y sufrimos por eso. Y él no era único, muchos huérfanos como él no podían realmente aceptar la vida o sanar”.
Hasta el día de hoy, hay personas que aún sufren debido a esa tragedia, a pesar de que han pasado casi 29 años, reiteró.
“Espero que en Nicaragua también encuentren una forma de valorar a las personas que son nicaragüenses y vean el poder en la unidad. Cuando estamos divididos, perdemos poder, pero cuando nos unimos, somos capaces de construir y crecer juntos”, indicó.
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Perdón y memoria
Umunyana señaló que muchos participantes del genocidio volvieron a sus aldeas después de estar en prisión por mucho tiempo, porque conservaban a sus familias en esos lugares, el Gobierno buscó estrategias para unir a los ruandeses, como la reconstrucción de hogares.
También una política de retorno fue necesaria. Después del genocidio, cualquier persona de ascendencia ruandesa podía regresar. Muchos de ellos nunca fueron aceptados en esos otros países, explicó Umunyana.
Hay perpetradores que todavía se esconden, pero otros, incluso generales, vuelven bajo la condición de enfrentar la justicia. Sin embargo, lo primero que decidió el nuevo Gobierno después del genocidio fue eliminar las divisiones tribales, heredadas de la colonización europea. En las cédulas de identidad solían tener las etnias de origen, pero desde 1994 este dato fue extirpado.
“Intentaban unir a las personas, lo cual fue difícil después de una pérdida tan grande. Pero para las víctimas, para nosotros, los sobrevivientes, lo importante era cómo sobrevivir después de pasar por esto. Inmediatamente intentamos volver a una vida normal, lo cual fue muy difícil y desafiante”, agregó.
“Los hogares fueron destruidos, no solo se perdieron vidas, también se perdieron edificios, hogares, todo. Así que tuvimos que empezar de nuevo y para los sobrevivientes no tuvimos tiempo para sanar ni para enterrar a nuestros seres queridos. Hasta el día de hoy seguimos encontrando los restos de nuestra gente y tratamos de enterrarlos con respeto”, agregó.
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El asunto de la Justicia
“Se podría pensar que muchos sobrevivientes querían venganza, pero eso no era posible. Si querías venganza, no había forma de conseguirla. Si buscas venganza, no podrás romper ese ciclo de odio. La única forma de avanzar es buscar y enfrentar la justicia, es aprender a perdonar, convivir juntos, promover la unidad”, sostuvo la activista de derechos humanos.
En 2000, el Gobierno implementó un sistema que ayudaría a sanar, perdonar y buscar justicia para los sobrevivientes y los perpetradores. Había un programa llamado Gacaca, como la corte tradicional que los ruandeses usaban antes de la llegada de los colonizadores.
Umunyana destacó que la sociedad ruandesa había quedado sin abogados, no solo porque fueron asesinados, sino también porque muchos otros habían sido perpetradores, “así que tuvimos que encontrar una forma de reconstruir el país con lo que teníamos, y la Corte Gacaca ayudó en el sentido de reunir a los sobrevivientes y dar testimonio de lo que les había sucedido, y luego encontrar a las personas que mataron a sus familias”.
“A veces, los perpetradores venían a pedir perdón a los sobrevivientes y ayudaban a los sobrevivientes a encontrar los restos de sus familias, porque muchas veces no sabíamos dónde se habían enterrado o arrojado a nuestros seres queridos”, indicó.
A los nicaragüenses que buscan justicia
Umunyana explicó que conoce poco de la situación actual de Nicaragua, pero en relación a las personas que han sufrido por los abusos del régimen de Daniel Ortega, les recuerda que hay esperanza de un futuro mejor.
“Vivíamos con personas que estaban pasando por mucho dolor y estaban destrozadas. Crecí en un país lleno de huérfanos y viudas que habían sobrevivido, y había muchas mujeres que tenían VIH debido a las violaciones que ocurrieron durante el genocidio. Mi entorno era simplemente dolor mientras crecía”, recordó.
“Lo que puedo decir es que estoy aquí hoy, compartiendo mi historia, vivo y sonrío en ocasiones. Llegará el día en que las personas que están sufriendo ahora también podrán tener una vida diferente, una buena vida, y ver la luz al final del túnel en el que se encuentran ahora”, dijo.
“Creo que la esperanza es como un pequeño amigo que te acompaña en la vida y no te abandona”.