*En las dos primeras entregas de este reportaje, Expediente Público documentó los riesgos ambientales y sociales que enfrenta La Moskitia hondureña.
**En esta selva también se encuentra la mítica Ciudad Blanca. La investigación arqueológica avanza, encontrando importantes hallazgos, pero a la par tiene un Estado incapaz de proteger las riquezas de esta zona.
Expediente Público
Cuando los saqueadores y los pobladores extraen las piezas de las montañas de La Moskitia hondureña, donde se encuentra la mítica Ciudad Blanca, se pierde toda la información arqueológica del contexto. En las comunidades los habitantes también modifican los objetos, «restaurándolos» con cemento o pegamento.
La historiadora del arte Geydy Rodríguez Wood recoge toda la información posible, dibuja las piezas en su cuaderno. La mayoría son metates, instrumentos de piedra que esa cultura aún desconocida utilizó para moler granos o como ofrendas en las ceremonias. Casi todos los objetos tienen líneas, círculos, espirales y figuras esculpidas.
Las piezas forman parte de la mitología indígena. Los pech aseguran que los objetos fueron esculpidos por sus patatahua, por sus ancestros. Los miskitos y los tawahkas tienen sus propias leyendas.
«Los pueblos indígenas en La Moskitia tienen relatos sobre Ciudad Blanca, ellos sabían que existían los sitios. Decir que fueron descubiertos por extranjeros es reproducir un discurso de tipo colonialista que excluye a la población indígena», explica la historiadora del arte.
Expediente Público visitó a don Gabriel, uno de los pech más ancianos de la comunidad de Las Marías, una comunidad ubicada en el corazón de la Reserva de la Biósfera del Río Plátano. Desde pequeño escuchó relatos. Sus abuelos contaban que en la selva se escondía una casa blanca, «construida por unos antepasados muy lejanos».
Ahora es don Gabriel quien reproduce las historias, las comparte en miskito: «mis antepasados para moldear las piezas usaban una planta especial con la que ablandaban las piedras, luego pasaban sus dedos para hacer las figuras».
Pero son cada vez menos los indígenas que mantienen la espiritualidad ancestral. Las iglesias moravas y pentecostales han transformado la cosmovisión tradicional de los pobladores, al grado de influir en su relación con las piezas arqueológicas.
«Muchos pastores les dicen que los objetos con figuras de animales son satánicos. Entonces los indígenas destruyen esas partes con hachas. Otros los rompen porque creen que pueden tener oro adentro», explica Ronny Velásquez, antropólogo del Instituto Hondureño de Antropología e Historia (IHAH) y catedrático de la Universidad Central de Venezuela.
Mientras una ardilla domesticada camina por sus hombros, uno de los pobladores de Las Marías le consulta a Rodríguez Wood sobre el origen de las piezas que ella sostiene cuidadosamente entre sus manos. La historiadora responde que justamente eso investigan.
La misma pregunta le realiza Expediente Público a Ranferi Juárez, el principal investigador de Ciudad Blanca. Por la manera en la que el arqueólogo mexicano prepara su respuesta, deja claro que los hallazgos son trascendentales.
El director de investigación de Kaha Kamasa, un centro de investigación adscrito a la Secretaría Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación (SENACIT), es cauto pero contundente con sus palabras: «creo que a partir de lo que estamos encontrando vamos a tener que cambiar la cronología de la historia de Mesoamérica. Estos sitios son más antiguos de lo que creíamos».
El equipo de investigación aún desconoce quiénes elaboraron las piezas, pero sus conclusiones preliminares ubican su origen hace unos 3,600 mil años, lo que tendría importantes implicaciones históricas y científicas.
Hallazgos trascendentales
Después de investigar el norte mesoamericano y los sitios mayas en Belice, el arqueólogo Ranferi Juárez llegó a Honduras en 2003, como parte de un acuerdo entre el Instituto de Antropología de México y el IHAH.
Catorce años después de su arribo a este país centroamericano, Juárez asumió el reto más importante de su carrera: dirigir la investigación de Ciudad Blanca.
El mexicano exigió algo inusual en los procesos arqueológicos, conformar un grupo de antropólogos, geólogos, biólogos e historiadores. Un equipo que prácticamente sin presupuesto, ha logrado estudiar piezas excavadas en dos sitios: de la Ciudad del Jaguar y en Layasagni, una zona aledaña al río Claro.
«En toda la selva lastimosamente no hemos podido investigar más que esos dos lugares. Hemos registrado otros, pero solamente de manera superficial, sin excavar», explica Ranferi Juárez a Expediente Público.
A pesar de las dificultades, después de cinco años de investigación los avances son significativos. Estudios de carbono-14 realizados en laboratorios de Estados Unidos determinaron que algunas de las piezas encontradas en la Ciudad del Jaguar datan del periodo preclásico, clásico y de la época colonial. Mientras que las excavadas en río Claro serían del clásico tardío.
Las piezas más antiguas encontradas en la Ciudad del Jaguar habrían sido realizadas unos 1600 años a. C., es decir, 2100 años antes del apogeo maya en la ciudad de Copán, ubicada al occidente de Honduras. Mientras los objetos del río Claro datan entre los años 600-900 d. C.
En otros lugares de la selva también han encontrado campos de pelota que serían del período posclásico, entre los años 900 y 1521 d. C.
Los resultados del radiocarbono sorprendieron al equipo investigador, quienes inicialmente suponían que las piezas de La Moskitia pertenecían entre los años 1000 al 1500 d. C.
«Por su antigüedad podemos decir que Ciudad Blanca es posiblemente uno de los orígenes de la cosmovisión mesoamericana, de su periodo formativo», comenta el arqueólogo Juárez.
Estudiar Ciudad Blanca es como armar un rompecabezas gigantesco, donde las piezas aparecen a medida que avanza la investigación. «Todo indicaba que las piezas habían sido realizadas por los pech, pero con su temporalidad nos dimos cuenta que no es así. Ahora sabemos que los grupos indígenas de la zona son los herederos culturales, pero no los descendientes biológicos de esa cultura», comenta Juárez a Expediente Público.
El equipo también supone haber identificado numerología en algunas de las piezas. Otros símbolos también les llaman la atención: supuestas representaciones relacionadas al poder, a los planetas y signos que interpretan como una posible representación de género.
«Por el estilo, por sus técnicas de trabajo, por la fauna y la flora que se representan, por su forma geométrica, las piezas parecen estar muy ligadas a culturas no solo de Mesoamérica, sino también de la zona andina», comenta Wood, quien en su tesis doctoral estudiará las representaciones de las aves en las piezas de Ciudad Blanca.
El investigador mexicano silencia unos segundos y añade: «te voy a decir algo, creemos que tenemos uno de los orígenes de la escritura. Estamos casi seguros que ellos utilizaban simbolismos para transmitir. Esto casi nunca lo digo, es una primicia. Pero claro, estamos investigando todavía».
Si se confirma el descubrimiento que comparte Juárez, habría que reconstruir la historia de la escritura en América. Hasta ahora, la evidencia escrita más antigua encontrada en el continente es una tabla olmeca que data del año 900 a. C.
Los investigadores del proyecto Kaha Kamasa han escrito un libro con los hallazgos, pero carecen de presupuesto para su publicación. La falta de fondos parece ser más una cuestión de voluntad política que administrativa.
«Es difícil hacer arqueología en Honduras», opina Velásquez. Juárez coincide con su colega, pero agrega: «en cualquier lado es complejo, mira todos los sitios que se destruyen en medio oriente, en China, en México… la destrucción es bárbara en todos lados».
Tesoros perdidos
Rodríguez Wood muestra unas fotografías desde su celular. Son imágenes que le envió Josep Aguila, un exsacerdote catalán que vive en la comunidad de Wampusirpe. «Son hermosas», comenta la historiadora mientras agranda la fotografía de una escultura que posiblemente figura un mono.
«Está claro que fue una cultura muy desarrollada. La técnica para trabajar la piedra y la cerámica es una muestra del desarrollo de una sociedad bien organizada, posiblemente muy grande», explica Wood.
Sin embargo, las piezas que observa la historiadora han sido víctimas del contrabando, nadie conoce su paradero. La única evidencia de ellas son las fotografías que capturó el padre Aguila, quien desde sus posibilidades desafía el saqueo de Ciudad Blanca.
«Yo no tengo dinero para recuperar las piezas, supongo que en Tegucigalpa se venden bien. Muchos vestigios se han destruido en esta zona porque nadie ha venido a estudiarlos», comenta a Expediente Público este misionero español, quien lleva más de tres décadas de vivir en La Moskitia.
Sin apoyo institucional, todo es complejo. «Yo no puedo ir a rescatar las piezas, no hay presupuesto. Es frustrante, es como cuando a un doctor se le muere el paciente y no puede hacer más», lamenta Ranferi Juárez.
Para salvaguardar algunos objetos, Rodríguez Wood montó en 2019 el Ecomuseo Upliki Tasbaya (La Tierra de mi Gente) en el pueblo de Brus Laguna, donde expone una veintena de piezas decomisados por las autoridades a unos saqueadores. Pero sin fondos, la iniciativa tiene las manos atadas.
«Generalmente cuando los arqueólogos llegamos a un sitio y no tenemos recursos para estudiarlo, es mejor dejarlo intacto, porque la misma naturaleza lo protege», explica el investigador de Kaha Kamasa.
Sin embargo, en La Moskitia la naturaleza tampoco está a salvo, igual que sus pobladores. Si el Estado no toma medidas urgentes en la zona, la misteriosa y desconocida civilización que convertía en arte las piedras volverá a ser un recuerdo, una leyenda.
Antes de retomar el viaje de regreso, un pescador miskito se acerca a Rodríguez Wood para compartir su historia:
«Hace unos años encontré una pieza cuando buceaba en el río. Mi esposa la utiliza para lavar ropa. Pero hace unos días yo le dije a ella que en un futuro no la va a poder seguir usando así. “¿Y eso por qué?”, me preguntó. “Porque algún día esa piedra va a tener un gran valor”, le contesté».