*Aunque el abstencionismo es uno de los datos más alarmantes del Latinobarómetro 2020, votar en contra del Partido Nacional podría motivar la asistencia a las urnas el próximo 28 de noviembre.
Expediente Público
De los cuatro golpes de Estado que se han registrado en América Latina en los últimos veinte años, uno fue en Honduras el 28 de junio de 2009. Desde entonces, la satisfacción de los hondureños con la democracia ha oscilado entre el 35% en 2010 hasta su punto más bajo en una década: 15% en 2020, como revela el Latinobarómetro 2021.
La satisfacción de la población de Honduras con su democracia ha tenido altibajos desde el golpe de Estado: pasando de 35% en 2010 a 29% en 2011, de 18% en 2013 a 34% en 2015 y de 29% en 2017 a 27% en 2018, según los datos del Latinobarómetro para cada uno de esos años».
El estudio de opinión pública que aplica anualmente alrededor de 20.000 entrevistas en 18 países de América Latina, representando a más de 600 millones de habitantes.
Como tal, Latinobarómetro es un organismo no gubernamental sin fines de lucro con sede en Santiago de Chile, que investiga el desarrollo de la democracia, la economía y la sociedad en su conjunto, usando indicadores de opinión pública que miden actitudes, valores y comportamientos.
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En 2020 la satisfacción hondureña con la democracia llegó a su punto más bajo con apenas un 15%, del que un 8.2% está “muy satisfecho” y un 6.8% “más bien satisfecho” con la democracia.
Visto del otro lado, “más del 80% de los hondureños está nada satisfecho o no muy satisfecho con su democracia”, señala un análisis del centro de investigación Expediente Abierto, según el cual la falta de institucionalidad, la inseguridad y las dificultades económicas “podrían haber impactado negativamente esta percepción”.
Otro de los hallazgos de la encuesta, realizada entre diciembre y octubre de 2020 en 18 países, entre ellos Honduras, Nicaragua y El Salvador, con un margen de error de 3%, es que apenas el 2.9% cree que hay democracia plena en Honduras, mientras que el 45 por ciento opina que este país “es una democracia con grandes problemas”.
Este último dato es positivo y muestra que los hondureños conservan “una actitud cívica ante el problema del poder, porque todavía asumen que somos un país democrático” y “que tenemos un modelo de democracia” para elegir presidente y demás autoridades, dijo a Expediente Público el sociólogo Julio Navarro.
A su juicio, ese porcentaje de 45% “es una buena base para reconstruir la democracia que poco a poco hemos venido perdiendo”.
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A elecciones para recuperar la democracia
El próximo 28 de noviembre, Honduras celebrará sus undécimas elecciones generales desde 1981 y el debate sobre la democracia ha sido uno de los más visibles durante la campaña electoral.
El oficialista Partido Nacional (centro-derecha) y el opositor Libre (izquierda) son los que tienen más posibilidades de ganar la elección presidencial, según los sondeos de opinión, y ambos han apelado a la defensa de la democracia para ganar el voto. El primero acusa al segundo de querer instaurar el comunismo en Honduras y este al primero de “golpista”, y de tener un gobierno que es una dictadura.
“La democracia nuestra está realmente comatosa”, expresó también Navarro. El pueblo hondureño y los partidos políticos, que son el elemento por el cual se llega al poder, deben apostar por recuperar una democracia “que no solo sea ir a elecciones”, sino que bajo la democracia se construya un modelo político que permita ir eliminando o reduciendo las “debilidades estructurales que nosotros hemos venido heredando más las desgracias coyunturales que hoy nos están pasando”.
En resumen, consideró que Honduras tiene dos problemas fundamentales hoy en día, uno es apostar por recuperar la democracia y el otro darles atención a los problemas que aún en democracia no se han podido resolver.
“Todos sabemos cuáles son, pero desafortunadamente el hondureño parece que ya se ha ido acostumbrando a todas esas debilidades de carácter social y económico”, que resultan de la falta de democracia y de funcionamiento de los poderes del Estado como tal y de “la sumisión de todos al mando actual que tiene el presidente” Hernández.
Para Navarro, esos factores han debilitado las políticas públicas del Estado en beneficio de las personas, las que se limitan al problema del asistencialismo, pero no de los pobres sino de la población votante al partido de gobierno.
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Recuperar la democracia ha sido también el lema de diferentes partidos políticos y sectores sociales, entre ellos la Conferencia Episcopal de Honduras que el pasado 13 de octubre dio a conocer un pronunciamiento público en el que llamó a ejercer el sufragio y no votar por candidatos que estén “manchados” por la corrupción, el crimen organizado y el narcotráfico.
Con tres períodos seguidos en el poder, desde 2010 con el presidente Porfirio Lobo hasta el actual segundo mandato del presidente Juan Orlando Hernández, una de las mayores improntas de estos gobiernos nacionalistas ha sido la corrupción y su cooptación por el narcotráfico.
Ya en 2010 el narcotráfico, “con sus secuelas de poder paralelo, violencia, corrupción y destrucción de la economía formal”, era considerado una amenaza para la continuidad y expansión de la democracia, como se puede leer en el informe Nuestra Democracia, publicado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y la Organización de Estados Americanos (OEA).
La amenaza de la abstención
La abstención también fue mayor en Honduras que en Nicaragua y El Salvador en el Latinobarómetro 2020. A la pregunta de si las elecciones fueran el domingo, el 51.4% respondió que no votaría.
Ese porcentaje de abstención no dista mucho del 58% que dijo estar “nada interesado” en la política.
“Si de ese censo que hay actualmente dice un 51 por ciento (que) no van a ir a votar, sería catastrófico para lo que nosotros llamamos sistema democrático”, opinó en la entrevista con Expediente Público el sociólogo Julio Navarro.
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Hasta la década de 1990, las elecciones en Honduras eran una novedad después de tener una tradición de gobiernos militares, recordó el también analista político.
Pero en los años siguientes la abstención aumentó debido a que “el hondureño perdió interés en las elecciones, porque no cree que sean el camino o tengan la suficiente seriedad para ayudar a resolver los problemas del país”. Otro factor sería el proceso de devaluación monetaria a partir de los años 90 del siglo pasado, que reactivó la migración hacia Estados Unidos, aunque esas personas continuaron en el censo.
Esa es la razón por la cual en las próximas elecciones generales el censo es menor al de 2017 y 2013.
“Entonces yo no creo que en estas elecciones vaya a haber tanta abstención”, señaló el sociólogo, para quien esta puede alcanzar un 28 o 30 por ciento “porque hay una reacción muy negativa hacia el gobierno actual” y el hondureño “culturalmente se motiva más para votar en contra de alguien que a favor de alguien”.
Los que votan por un partido muchas veces son los que tienen algún tipo de arraigo o de asistencialismo social, dijo Navarro.
En la encuesta de Latinobarómetro 2020, la opción política ganadora en Honduras sería el Partido Nacional, según 15.1% de los encuestados, mientras que el 11.9% se mostró indeciso o no respondió a esta pregunta.
A su vez, la desaprobación a la administración de Hernández alcanzó un 77.8 por ciento, 21.4% más que en 2018, cuando los hondureños asimilaban las recientes protestas derivadas de la reelección presidencial en las cuestionadas elecciones generales de 2017.
La confianza hacia Hernández es la más baja hacia un mandatario entre los tres países mencionados: 18.3% respondió que tiene “poca” y 67.2% que “ninguna” confianza.
¿Qué es democracia?
Otro de los resultados de Latinobarómetro 2020 es que el 19 por ciento de los hondureños consultados no tiene claro el significado de la democracia.
Cuando se le pregunta a un hondureño qué es democracia, para él es ir a votar, dijo también Navarro.
“No anda pensando que la democracia tiene que ver con la división de poderes, con la libertad de los individuos, con el respeto a los derechos humanos, con la libertad de propiedad privada, de institucionalidad”, entre otros de los elementos de la democracia.
“Honduras está pasando un momento en que necesita restaurar su democracia” y la institucionalidad que se ha perdido, reiteró.
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Avances y regresiones
En su exposición sobre la democracia “Centroamérica: Entre avances y amenazas regresivas”, en el marco del programa del Ciclo de Actualización para Periodistas (CAP), el analista político costarricense, Eduardo Núñez, destacó el pasado 29 de septiembre que a pesar de los defectos de funcionamiento o de diseño, o a las insuficiencias de los procesos democráticos, “nunca habíamos tenido 40 años de democracia ni en América Latina ni en América Central”.
La idea de que las tensiones políticas, los problemas de gobernabilidad y de alineamiento y realineamiento de las relaciones de poder se resuelvan por vías electorales o de negociación y no con golpes de Estado “es un avance que resulta fundamental”, en una región “que venía de hacer golpes con una extremada frecuencia”, dijo Núñez.
Sin embargo, “los acuerdos básicos a los que llegamos para impulsar” esa democratización hace cuatro décadas, entre ellos la celebración de elecciones libres y transparentes y la elaboración de marcos normativos e institucionales para garantizar el cumplimiento de ciertos principios esenciales de la democracia, “pareciera que enfrentan un cierto agotamiento o cansancio”, explicó el politólogo.
De la misma manera que la región superó la amenaza de las regresiones militares autoritarias por la vía de los golpes de Estado, surge otra, los “golpes desde el Estado” de actores que acceden al poder político por la vía democrática y lo utilizan para subvertir y limitar la separación de poderes o para concentrar ese poder.
“Tenemos amenazas regresivas en materia de derechos humanos y democracia y este es un fenómeno desgraciadamente global”, dijo Núñez sobre esta tendencia que hay en la región centroamericana.
El crimen organizado y las redes de corrupción, la fragmentación social, pérdida de fuerza política, erosión de las capacidades de diálogo y la creciente acumulación de enojos e insatisfacciones son otras de las tendencias en Centroamérica.
A lo anterior se suma la falta de desarrollo de una cultura democrática, que “erosiona en el fondo la viabilidad de que podamos pensar la democracia cincuenta o cien años plazo, porque no hay democracia que sobreviva sin ciudadanos y ciudadanas”, dijo el politólogo costarricense.
“Lo que toca es impulsar un debate sobre la reforma democrática que requerimos, cómo reformar la democracia en democracia y no a costas de la democracia”, dijo en su conclusión. Además, recomendó trabajar “en el ineludible reto de construir visiones modernas sobre la democracia y el desarrollo” en las principales élites académicas, políticas, económicas, sociales “y militares, sin lugar a dudas”.
Para Núñez es necesario también “plantearnos la idea de una agenda de reforma democrática de segunda generación (…) que sea hija no de un poder hegemónico unilateral, sino hija del pluralismo y del carácter multipartidario e intersectorial que caracteriza a cualquier sociedad democrática, entre ellas nuestras incipientes pero valiosas sociedades democráticas”.