*La nueva presidenta Xiomara Castro llega al poder en Honduras tras los pasos de su esposo, el expresidente Manuel Zelaya; junto a ellos camina una extensa parentela y no hay quien observe al Partido Libre como una organización política de nexos familiares.
Expediente Público
De exprimera dama a presidenta, Xiomara Castro rompió los moldes tradicionales de la política hondureña, convirtiéndose en la mandataria más votada de su historia y en la primera mujer que asume el cargo de este país centroamericano.
Con la toma de posesión de este 27 de enero, Castro también encabeza el retorno de su familia a la Casa Presidencial, de la que salió en 2009, cuando su esposo Manuel «Mel» Zelaya, ahora primer caballero, fue derrocado por un golpe político y militar.
Sin embargo, su regreso al poder inicia complejo. Sin haber asumido su cargo, la presidenta enfrenta su primera crisis partidaria e institucional, cuando 18 de los 50 diputados de su partido Libertad y Refundación (Libre) le han dado la espalda en la disputa por el control de la presidencia del Congreso Nacional.
La contienda por el poder legislativo ha generado una crisis a lo interno del Partido Libre. La disidencia de los congresistas también supone su rechazo al dominio político de los Zelaya Castro en el partido y al habitual caudillismo de Mel Zelaya, con quien la mandataria mantiene un estable matrimonio político.
Nunca antes el Partido Libre había expuesto tanto sus costillas. Por un lado, se encuentran los leales, por el otro, los traidores de los Zelaya Castro.
En todo caso, el partido gira alrededor de esta familia, donde varios de sus miembros apuntan a adquirir cada vez más protagonismo en las decisiones del país, como si se tratase de una dinastía política en construcción.
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Libre, ¿un partido familiar?
Los 18 diputados no han sido los únicos disidentes que ha tenido Libre en su historia.
Una de ellas fue la exdiputada María Luisa Borjas, quien apartó su militancia en 2021 después de haber sido la única candidata en competirle la coordinación general del partido a Manuel Zelaya. Para muchos esa fue una afrenta.
«A Manuel Zelaya no le pareció que yo me postulara como candidata a la coordinación general, porque él considera que el partido es como su hacienda, donde puede disponer y quitar personas», dijo Borjas a Expediente Público.
Ella define a Libre como una organización política de familia.
La exdiputada recuerda que, desde la fundación de Libre, en 2011, solamente la familia Zelaya Castro ha estado a su cargo. Ese es un hecho.
En su historia, esta organización ha tenido un solo coordinador, Manuel Zelaya, una sola candidata, Xiomara Castro. Dos jefes de bancadas, Manuel Zelaya y su hermano Carlos.
La aparición de los mismos apellidos hace suponer una falta de competencia y rotación en la representatividad y en los liderazgos del partido.
De hecho, la pareja presidencial no son los únicos miembros de su familia en los estratégicos puestos de dirección.
En los comicios del pasado 28 de noviembre de 2021, Carlos Zelaya Rosales, hermano del expresidente, fue electo diputado por tercera vez consecutiva. Además de ser jefe de bancada en el Congreso Nacional, «Carlón» -como se le conoce popularmente- es el coordinador del partido en el departamento oriental de Olancho.
«Carlos Zelaya no debió de haber sido jefe de bancada, porque él no sacó la mayor cantidad de votos en las elecciones de 2017. Pero como en Libre las decisiones son autoritarias, la idea de Manuel Zelaya era que como jefe del Congreso quedara su hermano y Jorge Cálix», señala Borjas.
Las pasadas elecciones también beneficiaron a los hijos de la pareja presidencial. A sus 36 años de edad, Xiomara Hortencia Zelaya Castro, más conocida como la «Pichu» salió electa diputada, al ser la quinta candidata más votada por el departamento de Francisco Morazán, con más de doscientos mil votos.
La carrera política de la «Pichu» inició formalmente en 2019, cuando el movimiento interno del Partido Libre, el Pueblo Organizado en Resistencia (POR) promovió su precandidatura presidencial.
En ese momento, el expresidente Zelaya opinó que su hija tenía «más derecho que cualquier otra persona de Libre para buscar la presidencia».
«Ella tiene más derecho que Carlos Eduardo, que la misma Xiomara y que Jorge Cálix, de participar en un proceso político, porque fue mi vocera cuando tenía 17 años en el gobierno del Poder Ciudadano, fue la primera que salió a las calles para luchar contra los militares», comentó Mel Zelaya.
A pesar de este apoyo, la «Pichu» declinó su precandidatura presidencial y optó por una diputación.
Por su parte, el hijo mayor de la pareja presidencial, Héctor Zelaya Castro, de 41 años de edad, administrador de empresas, fue el coordinador general de la campaña política de su madre y lideró la Comisión de Transición del nuevo gobierno, donde compartió espacio con su hermano menor, José Manuel.
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¿Dinastía política?
A los grupos que comparten un árbol genealógico y que se mantienen en el poder o en la influencia de la vida pública a través de una larga secuencia, se les considera como dinastías familiares o familias políticas, como se observa claramente en Nicaragua con la familia Ortega-Murillo, anteriormente con los Somoza.
En Honduras, María Luisa Borjas no duda en considerar a la familia Zelaya Castro como una dinastía política en construcción. «Trataron de lanzar a la “Pichu” como candidata presidencial, ahora le abren el camino a Héctor Zelaya, a quien adentro del Partido le llaman como el “presidentito”», comenta.
De acuerdo a la Real Academia Española (RAE), una dinastía es «una familia en cuyos integrantes se mantiene a lo largo de generaciones una misma profesión u ocupación, a menudo perpetuando la influencia política, económica o cultural».
Algunas dinastías se establecen de manera autoritaria, otras son electas democráticamente. Lo claro es que, en la política las conexiones familiares son decisivas en todos los contextos.
De acuerdo a un estudio realizado por la Universidad Estatal de Oklahoma, entre 2000 y 2017, 119 un total de líderes mundiales eran miembros de familias con una tradición política.
Según el estudio, en promedio, uno de cada diez gobernantes proviene de hogares con vínculos políticos. Los casos abundan y son diversos, en todas las regiones, en monarquías y en democracias, en países ricos y en pobres.
En el caso de Honduras son muchas las familias que por generaciones influyen sobre el poder político y judicial. Las cuotas de poder se las pasan entre manos. Es común encontrar casos de padres e hijos diputados, magistrados de la Corte Suprema de Justicia o alcaldes.
Menor es el número de familias o parejas políticas con aspiraciones presidenciales en Honduras. Apenas los Melgar, los Reina, los Villeda, los Rosenthal y los Zelaya Castro lo intentaron. El retorno al poder de estos últimos, los convierte en el cuarto matrimonio en la historia de Latinoamérica que comparten una silla presidencial.
Matrimonios presidenciales
Cuando en 1976, la actual pareja presidencial contrajo matrimonio, ninguno de los dos pensó que ambos serían presidentes de Honduras. Xiomara Castro apenas tenía 17 años y Manuel Zelaya, 24. En aquel momento era imposible imaginar que Zelaya ganaría la presidencia en 2005 con ochocientos mil votos, mientras ella sacaría 1,7 millones de votos dieciséis años después.
Los matrimonios históricos con ese antecedente se cuentan con los dedos de la mano: En Argentina, Juan Domingo Perón e «Isabelita» Martínez en los años 70 y más reciente Néstor Kirchner y Cristina Fernández, y para el otro antecedente hay que trasladarse a Panamá, con Arnulfo Arias y Mireya Moscoso.
El otro y vigente ejemplo es el de Nicaragua, donde la primera dama y luego vicepresidenta Rosario Murillo no requiere ser mandataria para encabezar junto a su esposo, Daniel Ortega, un círculo familiar que controla el poder político y económico de su país. Un gobierno que ha normalizado el nepotismo o la familiarización del poder.
Otro listado es el de exprimeras damas que intentaron sin éxito ganar la Presidencia, como la peruana Keiko Fujimori -quien fungió como primera dama en los gobiernos de su padre Alberto Fujimori- en tres ocasiones, o las guatemaltecas Patricia Escobar de Arzú y Sandra Torres. Esta última incluso decidió divorciarse del expresidente Álvaro Colom para intentarlo, dado que la ley de Guatemala prohíbe a las exprimeras damas pretender la residencia.
«Mi amor por el presidente es grande y sólido, pero mi amor por el país y por la gente es ilimitado e incalculable», explicó en su momento Sandra Torres, como si se tratase de un episodio de la serie estadounidense House of Cards.
En su caso, Sandra Torres logró ser candidata presidencial pero posteriormente quedó fuera de la contienda electoral debido a una resolución de la Corte de Constitucionalidad de Guatemala.
En lo que coinciden todos los casos es que, como Castro, las candidaturas presidenciales de las exprimeras damas se dan después que sus esposos ocuparon el cargo. No al revés.
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¿Un liderazgo en pareja?
Cuando Zelaya asumió el poder en 2006, Xiomara Castro tenía 46 años. Entre aquella mujer y la actual, de 62 años, muchas cosas han cambiado, al grado que cercanos a la pareja sostienen que ella vive en una residencia separada a la de su esposo, con quien, sin embargo, mantiene un mismo proyecto político.
En países donde la política contiene profundas raíces patriarcales, las mujeres presidentas -especialmente casadas con caudillos- siempre enfrentan la misma inquietud: ¿quién gobernará realmente, ella o su marido?
Para las feministas que respaldan a la presidenta hondureña, la pregunta conlleva prejuicios de género. Para otros analistas, tampoco se puede obviar que, Xiomara Castro no habría accedido a la silla presidencial sin Manuel Zelaya.
«Aunque participó en la campaña de su marido en 2005, y realizó diversas labores como primera dama de Honduras, Xiomara Castro no se hizo conocida hasta después del derrocamiento de su esposo», escribió el chileno Ignacio Arana, investigador de la Universidad Carnegie Mellon, en su investigación “Las primeras damas como Miembros de la Élite Política”.
En su opinión, la tendencia de las exprimeras damas como candidatas tiene diferentes lecturas. Se puede ver como un resultado de la creciente participación de las mujeres en la política. Pero también como un nuevo mecanismo que utilizan las familias políticas para permanecer en el poder, muchas veces cuando las reelecciones presidenciales son prohibidas por sus legislaciones.
«El ascenso al poder de las primeras damas continúa la vieja línea de los familiares que se turnaban en el gobierno. El fenómeno es peligroso para la democracia», advierte Arana.
La frecuencia del tema ya lo hace objeto de estudios académicos. Entre 1999 y 2016, veinte exprimeras damas lanzaron candidaturas en diferentes niveles electivos. En diecinueve ocasiones resultaron electas, aunque solamente dos lograron la presidencia, las ya mencionadas Mireya Mosco (1999-2004) y Cristina Fernández de Kirchner (2007-2015).
De cualquier manera, de cara al futuro, Manuel Zelaya no tiene la personalidad para conformarse en ser «el primer caballero de la nación» y ceñirse al protocolo, pero también sabe que su presencia en la gestión de su esposa debe ser discreta, si espera que sea efectiva.
María Luisa Borjas, quien conoció a la pareja presidencial a través de su militancia en Libre durante diez años, comenta que, «ella ha vivido sumisa a la autoridad de su esposo por más de cuarenta años, es difícil sacudirse una dominación tan arraigada como esa, pero espero que la presidenta se independice y tome sus decisiones», comenta a Expediente Público, además de señalar que Manuel Zelaya «nunca ha dejado de lado la idea de la reelección».
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¿Semilla de dinastía?
La otra pregunta que acompaña a la presidenta electa, es si ella forma parte de un proyecto de continuismo político familiar. Supuestamente, un asunto que en 2009 provocó el derrocamiento de su esposo fue su presunta intención de continuar en el cargo convocando a una elección de segundo grado a través de una Asamblea Nacional Constituyente.
Zelaya siempre ha negado en público que lo intentara, pero tampoco rechazó con claridad la ventana de continuismo abierta por la Sala de lo Constitucional en favor de Juan Orlando Hernández en 2015. Lo que el coordinador general de Libre ha dicho es que es el pueblo es quién tendrá que decidirlo.
«Por eso, cuando Juan Orlando se inscribió de forma ilegal, no hubo movilización de la gente. No pasó nada. Más bien Zelaya decía que era el único en enfrentarlo», comenta Borjas, quien fue la diputada de Libre más votada en 2017, ahora aliada con el Partido Liberal.
En sus aspiraciones, Zelaya incluso estuvo a punto de someter en 2016 a referendo interno en su partido la siguiente pregunta: «¿Si Juan Orlando Hernández se inscribe como candidato del Partido Nacional, está usted de acuerdo que Manuel Zelaya Rosales, participe y lo enfrente?». Sin embargo, las bases de Libre se negaron a participar en la consulta.
El analista político Manuel Torres Calderón, subrayó a Expediente Público que el verdadero desafío de la familia Zelaya «debe ser reducir las desigualdades y fortalecer el estado de Derecho. Sólo avances reales en esa vía pueden justificar la pretensión de su continuidad en el poder, si no sería lo de siempre, una apuesta por el continuismo y la ruptura de la democracia».
El tema es muy sensible y puede cambiar de rumbo en los próximos cuatros años, pero por el momento parece que Manuel Zelaya deberá mantenerse tras bambalinas. Su presencia ahora parece cubierta por su hijo Héctor Zelaya, «a él le están abriendo el camino», dice Borjas.
En todo caso, de dos millones de familias que hay en Honduras, solamente una ha llegado a la presidencia en dos ocasiones. Pretender anticipar qué pasará en el futuro sería conjeturar, pero en perspectiva de cómo se ha manejado el Partido Libre, para los Zelaya Castro la política es una cuestión de familia.