A menos de un mes para que se realicen las elecciones presidenciales del 7 de noviembre, es probable que los nicaragüenses solo conozcan a Daniel Ortega, el candidato único del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) que aspira nuevamente a la presidencia.
De los otros candidatos inscritos como Guillermo Osorno, Mauricio Orué Vásquez y Walter Espinoza quizá han escuchado de ellos cuando los medios de comunicación en algún momento informaron sobre noticias del Parlamento, pero a Gerson Gutiérrez Gasparín y Marcelo de Jesús Montiel Fernández, nadie los conoce.
“Si todos participan en el circo de Ortega basta sentido común para saber que se colocan conscientemente al servicio del dictador», dijo a Expediente Público el analista político Enrique Sáenz.
Por disposición del Consejo Supremo Electoral (CSE) el pasado 25 de septiembre inició la campaña electoral en Nicaragua, pero en condiciones totalmente diferentes a las anteriores, es decir marcadas por un contexto de sombra de la crisis sociopolítica que dejó 328 personas asesinadas en 2018 y la pandemia del virus Sars-CoV-2.
Ortega busca su cuarta reelección consecutiva en unas elecciones que son descalificadas por la comunidad internacional. A punta de un sistema de represión y haciendo uso de polémicas leyes que aprobó a finales de 2020 encarceló a siete precandidatos presidenciales que gozaban de simpatía.
En estas dos entregas, analistas internacionales consultados por Expediente Público se refieren al papel que juegan en estas elecciones lo que quedó de la llamada “oposición” política en Nicaragua.
