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Esclavos del crimen: ni la religión puede salvarlos

Bajo ninguna circunstancia los miembros pueden desertar; solo muertos pueden dejar la pandilla

SAN PEDRO SULA- Con mucha concentración y refinamiento llenaba las páginas con versos de la Biblia; cuando una brisa se coló por la celda, y para Javier, quien fue miembro de la Mara Salvatrucha en Honduras fue un soplo de frescura que lo hizo ponerse a rezar, seguidamente hizo una breve pausa para dar su testimonio.

“Soy rescatado por la misericordia de Dios. Fui un líder de clicas y ahora mis compañeros me quieren quitar la vida por seguir a Dios”, expresó mirando con fijeza a su interlocutor y dando un doloroso suspiro reveló: “—Llegué a perder a mi esposa y a mis hijos a cambio de nada”. El temor se percibe en sus pupilas huidizas. Hace cuatro años es recluso del Centro Penitenciario de El Progreso, Yoro.

“Todo se lo pintan bien a uno, y cuando ya estamos involucrados, nos obligan a matar, y es allí cuando pedimos a Dios para que nos dé la oportunidad de salir, porque una vez estando dentro, no hay salida ni retorno, sino la muerte, es la regla de la mara. He visto la gloria de Dios manifestarse en mi vida y le hago un llamado a los jóvenes a que encomienden su vida a Jehová de los ejércitos, porque él es el único que los puede ayudar ya que el diablo anda como león rugiente viendo a quién devorar; estamos en los últimos días como dice la palabra”.

Las gangas de las pandillas pintan el mundo bonito, pero solo es para que los jóvenes caigan y esa es una vida muy tremenda, dijo este hombre que también es cocinero. “Durante 26 años hice cosas ilícitas. No se dejen manipular por favor; cuando sus padres o familias les den algún consejo, agárrenlo porque después uno se lamenta, exhortó con vehemencia durante todo el mensaje, expresando con optimismo que no pierde la esperanza de que al cumplir su condena podrá vivir como cualquier un hombre libre.

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Mientras para que  Edwin, el exmiembro del Barrio 18, todos los días son apacibles y agradece a Dios cada día por brindarle la oportunidad de estar vivo. Mostrándose un poco tímido y elevando su medalla de la Virgen de Guadalupe y un rosario con su mano izquierda, relató que desde las cinco de la mañana se pone a leer la palabra y luego que pasan lista en el reclusorio hace una oración de media hora y seguidamente recibe un discipulado. Este expandillero lleva 19 años en prisión.

Era un miembro activo cuando lo encarcelaron a la edad de 17. De niño se involucró cuando mataron a su madre.

“Desde allí perdí el temor  y al sentirme solo busqué refugio y lo encontré en la pandilla a los diez años de edad; estaba en tercer grado, recuerda.  Este también pintor quien aconseja a los jóvenes a que busquen el camino de Dios: “No se ve el oro, pero hay bastante riqueza en la Biblia. No se dejen engañar porque ni los tatuajes ni las pandillas traen una buena vida”, advierte.

“Me hice pandillero por medio de mi hermano que también era miembro. Me dieron la asignación de cuidar mi colonia, La Policarpo, de El Progreso, Yoro. Teníamos una frontera y no permitíamos que los muchachos del otro lugar de la colonia Centroamericana pasaran del bulevar, porque si lo hacían, nosotros actuábamos contra la vida de ellos, porque ellos ya que venían también a atacarnos”, rememoró elevando los párpados.

Solo dormía de tres a cuatro horas.  “Cometí el error de quitarle la vida a alguien, pero ya Dios me perdonó. La verdad uno pasa por esas pruebas. La verdad que uno no lo hace por maldad o porque uno lo quiera, sino porque lo obligan; vi morir a muchos”, relató, bajando la mirada como no queriendo evidenciar la vergüenza que lo embarga.

Cuando estaba activo, su trayectoria se había consolidado como una de las mejores dentro de esa organización criminal. Al inicio era el encargado de visitar las prisiones y llevaba cartas (wilas) para dárselas a la pandilla y conseguirles lo que necesitaban. “Yo me metí a grandes comerciales y bodegas; sacaba de quinientos a mil pares de zapatos y se los llevaba en los centros penales”.

La primera vez que lo capturaron lo enviaron al Centro de Rehabilitación para Menores El Carmen, allí se fugó 26 veces. Cada fuga es una historia, una aventura violenta. En el Centro de Internamiento Renaciendo, de Támara, Francisco Morazán, participó en tres amotinamientos y se escapó dos veces. “Me salí de esa vida en 2003 cuando mis compañeros asesinaron a mi amigo, también pandillero, a quien no le perdonaron haber cometido un error. Era un buen soldado y no me hicieron caso cuando les dije que no lo mataran; a mí me resintió eso y empecé a sentir deseos de venganza, algo de dolor y unas impresiones bien raras”.

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El joven supo disimular su descontento, aunque algunos de sus colegas sospechaban que pretendía desertar. “Yo le pedí a Dios que me trasladaran de ahí porque decidieron matarme cuando supieron que me quería ir. Así me tocó conocer a Dios, cuando sentí que estaba bajo el hilo de la muerte. Me tocó pedirle perdón”.

Allí empecé a leer un nuevo testamento que llevaban los hermanos de la Pastoral Penitenciaria, quienes me enseñaron que había una nueva vida, ya que de estos lugares solo muerto se sale. En 2004 me trasladan de Támara al Centro Penal de San Pedro Sula, allí estuve muy involucrado en la iglesia e incluso diseñé el logo de la Pastoral Penitenciaria, comentó, completando su relato con una sonrisa que se apaga tras notar la airada y maligna expresión de un reo que lo observaba tras la bartolina.

Represivo

Dejar las pandillas por seguir a Dios ya no es ventajoso en Honduras pues fue suspendida la posición adoptada desde hace cinco años por Barrio 18 y Mara Salvatrucha, de permitir a sus miembros desertar por cuestiones religiosas. Ahora el que se retira, por cualquier razón,  pierde la vida, explica el coronel Flores Ayala, director noroccidental de la Fuerza Nacional Antiextorsión y Anti Maras y Pandillas.

Aproximadamente hace cinco años habían estado desertando los miembros de estos grupos delictivos debido a la represión de la institución. Unos que no querían ir a prisión entonces tomaron esa determinación de retirarse y buscaban la única salida que tenían: La Iglesia, pero desde que comenzamos a operar entonces cambiaron las medidas a que bajo ninguna circunstancia les permite escapar.

Y algo más grave —explica el Coronel—, en el caso del Barrio 18, porque tatúan a todos los miembros con el objetivo de que donde quiera que vayan los identifiquen como tales y de esa manera no se puedan retirar de ese grupo delictivo: los matan ellos o lo hacen los contrarios.

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La Salvatrucha cobra el delito de extorsión en el medio de transporte y en algunas empresas corporativas. La pandilla 18 es más indiscriminada para cobrar porque lo hacen en sus sectores donde viven sus integrantes, en las casas y pulperías o pequeños negocios, mientras que la mara 13 se agencia más fondos que las anteriores, porque cobra donde hay más circulante de dinero. Las principales actividades delictivas son la extorsión, el narcomenudeo y el asesinato en la pelea de territorio para la venta de drogas. “Las intervenciones que estamos realizando producen dos detenciones diarias”, revela el coronel Flores. Los sectores controlados por estos grupos son Choloma, Chamelecón, La Rivera Hernández, el centro de San Pedro Sula, Los Cármenes, La Lima y El Progreso.

El trabajo represivo nuestro –explica Flores–, de capturar a individuos que cometen actos delictivos, tiene que ir de la mano con programas de desarrollo social. El 80 por ciento de los integrantes de las maras o pandillas se hicieron desde niños o adolescentes y el problema que vamos a enfrentar es que dentro de diez a veinte años es que los hijos de esos pandilleros ya vendrán con esa ideología y creencia de que hay bandos contrarios os y que deben ser asesinados. Eso podría surgir sino frenamos esta situación”.

Continúa diciendo el coronel Flores Ayala: “Hay que hablarle claro a la población, decirle que este es un tema complejo, porque el que se mete en una mara o pandilla no tiene forma de salirse, solo muerto. Al comienzo les hablan de hermandad y protección. Si los padres no toman una acción de proteger a sus hijos entonces vendrá el marero y los reclutará”.

Reinserción

Para el pastor Mario Fumero, del Proyecto Victoria, la rehabilitación es el único camino para  restituir sus derechos civiles a quienes tengan conductas irregulares o antisociales, para lo cual se requiere aplicar una serie de mecanismos para después que el joven termine ese periodo. “En el Proyecto Victoria hemos visto como muchos se han recuperado en seis a nueve meses de tratamiento”. En sus 41 años de existencia, por este programa han pasado unos 28 mil pacientes, con un resultado de 41 por ciento rehabilitados que se mantienen firmes.

Al devolverlo a su entorno —explica el pastor— se tienen que enfrentar a los problemas sociales del desempleo, el rechazo social, la falta de oportunidad para la superación y la crisis de un hogar desintegrado o con problemas, y si tiene tatuaje es estigmatizado por el sistema. Por otro lado, sus antiguos colegas o amigos lo amenazan de muerte si no vuelve al grupo, pues de lo contrario es un “peseta” o traidor. Todo esto deja ver que los esfuerzos durante meses para recuperar al joven, se vuelven nada si no se le pasa a la tercera etapa de la rehabilitación que es la “Reinserción”, procurándole espacio y oportunidades de superarse. “Si no hay espacios no hay recuperación total, y los esfuerzos de rehabilitación en el ámbito general están sentenciados al fracaso.

“Les hemos propuesto al Gobierno y a los políticos –revela–, que elaboren un programa de “Reinserción Social” para los jóvenes con problemas de conducta y que hoy forman pandillas, pero no hay respuesta. Sería sencilla su reinserción si hubiera voluntad política. Si cada municipalidad dedicara un porcentaje de su presupuesto para recuperar a estos jóvenes, salvaríamos a muchos. Si se gastara menos en propaganda y discusiones e invirtiéramos más en asistencia al enfermo, tendríamos un gran avance. Si en vez de mantenerlos presos de forma improductiva se forjaran cárceles-empresas, muchas cosas cambiarían”, concluyó.