*La llegada de una mujer que quiso ser monja a la jefatura de la Policía Nacional despertó las esperanzas de una sociedad que la colocó entre sus personajes favoritos.
**Sin embargo, su estrellato comenzó a apagarse cuando despertó los celos de Rosario Murillo y desde que ella, como directora de la Policía Nacional, se subordinó al proyecto autoritario que emprendía Daniel Ortega.
***Su historia, es la historia de descomposición de la Policía Nacional de Nicaragua y ahora reformar la institución será uno de los grandes retos cuando retorne la democracia a eses país.
Expediente Público
Cuando Daniel Ortega emprendió la ofensiva autoritaria que lo llevó a instalar una dictadura en Nicaragua, no hubo institución pública que lo detuviera. Falló el Estado. Ortega creó y reformó leyes a su conveniencia, sin que hubiese oposición en la Asamblea Nacional que lo frenara. Cometió fraudes para reelegirse sin un tribunal electoral que lo contuviera, violó leyes, evadió procesos e inició otros contra sus adversarios, sin las limitaciones que el sistema de justicia estaba obligado a imponerle.
Cuando el descontento por su gestión abusiva se hizo evidente, y los ciudadanos salieron a las calles a protestar, reprimió con violencia, asesinó y encarceló sin que las fuerzas de seguridad que el Estado dispone para proteger a sus ciudadanos, el Ejército y, principalmente, la Policía Nacional, hicieran algo para contenerlo. Al contrario, Nicaragua vio asombrada como la institución que debía protegerlo se volvió su agresora.
El 5 de septiembre de 2006 Aminta Granera Sacasa asumió la dirección de la Policía Nacional de Nicaragua, con las credenciales de ningún otro jefe policial en la región. En primer lugar, era mujer y eso ya representaba una gran diferencia en cualquier país de América Latina. Llegó precedida de una buena imagen labrada a través de un trabajo de filigrana en los diferentes cargos de alta exposición pública que ocupó. Primero, la jefatura nacional de Tránsito, luego la jefatura policial de Managua, y, sobre todo, la Inspectoría General (asuntos internos) desde donde se mostró como una firme cruzada contra la corrupción que venía “in crescendo” dentro de las filas de la Policía Nacional, desde sus agentes de línea hasta sus máximos jefes.
Figura fina con mano fuerte
De modos suaves, tez blanca y descendiente de una tradicional familia leonesa, Granera parecía una “rara avis” en ese mundo de hombres y mujeres, generalmente rudos, con jefes venidos de la guerrilla contra Anastasio Somoza Debayle. Sus diferencias eran, sin duda, parte de su encanto. Su llegada prometía cambios. Reencausar el proceso de profesionalización y modernización que vivía la Policía desde 1990 y que en los últimos años venía trastabillando.
Aminta Granera llegó a ser el personaje público más popular de Nicaragua. Tanto así, que se le consideró una figura presidenciable. Las encuestas la colocaron durante varios años en los primeros lugares de aprobación. Recibió la jefatura de la Policía con grandes expectativas de la población y de sectores de reconocida influencia, como los empresarios y la Iglesia católica. Prometió sanear y profesionalizar la Policía Nacional. Sin embargo, 12 años más tarde salió por la puerta trasera de la institución, dejando atrás un cuerpo desnaturalizado en sus funciones, convertido en una policía política, sancionada y acusada de crímenes de “lesa humanidad”.
Cuatro meses después que Aminta Granera asumiera la jefatura de la Policía Nacional, regresó al poder Daniel Ortega, investido con la autoridad de Presidente de la República. La Policía no solo no frenó, como le correspondía, la ofensiva autoritaria y criminal que ejecutó Ortega, sino que se convirtió en la pieza clave para establecer su dictadura.
Ese fenómeno que la desnaturaliza de sus funciones no ocurrió de la noche a la mañana, sino que obedece a todo un proceso de cooptación y entrega que realizaron sus principales jefes, al frente del cual estuvo, durante los años más decisivos, la comisionada general Aminta Elena Granera Sacasa, la mujer en la que la población nicaragüense depositó sus esperanzas de cambio.
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Despertar de la conciencia
Un amigo de la adolescencia recuerda a Aminta Granera cruzando la calle frente a su casa con el uniforme a cuadros azul celestes y blancos del colegio católico La Asunción, de la ciudad de León a 100 kilómetros de la capital Managua, donde estudiaba a mediados de los años sesenta. Ella vivía en una hermosa casa esquinera del barrio El Calvario, de concreto y con cuidados jardines. La casa era de su abuelo, el patriarca liberal José “Pepe” Sacasa, director del Instituto Nacional de Occidente, y contrastaba con las casas vecinas, generalmente construidas con adobes.
“Aminta era tímida, menudita y amable. Pasaba por la mañana, al mediodía y en la tarde. De su casa al colegio, que eran unas cuatro cuadras, pero cuadras leonesas que son generalmente largas”, describe el amigo que pidió no ser identificado por razones de seguridad, ya que en Nicaragua actualmente hay leyes que pueden utilizadas por operadores políticos del gobierno para encarcelar a quienes opinen sobre aspectos políticos, económicos, sociales, ambientales, sanitarios o de cualquier tipo, acusándolos de producir noticias falsas, crear zozobra entre la población y atentar contra la soberanía.
Es la primera de los cinco hijos del matrimonio entre Ariel Granera Padilla y Susana Sacasa. Aminta nació el 18 de septiembre de 1952 y a los 17 años dejó León para estudiar Filosofía en la universidad de Georgetown, en Estados Unidos. Eran los finales de los agitados años sesenta en Washington: la moda hippie, el ascenso de los movimientos guerrilleros en América Latina, la Guerra Fría y la llegada del hombre a la Luna. En ese tiempo y ambiente, la vida de la joven leonesa cambió. “Ayudó a profundizar contradicciones internas que yo ya sentía, una necesidad muy grande de justicia social”, dijo al periodista Fabián Medina, en una entrevista publicada en El Semanario, Managua, en 1996.
En busca de respuestas a su vida se fue como misionera a Ecuador a trabajar con indígenas, y luego, en 1971, se integró como novicia en el convento de religiosas de La Asunción, en Guatemala. Dejó su carrera y al novio de cinco años, un muchacho de la ciudad de Jinotepe que le rogó que no se hiciera monja y que quedó escribiéndole todos esos años a la espera de que ella cambiara de opinión. “Nunca pensó que fuera definitivo”, dijo Aminta en la entrevista.
De monja a policía
Mientras ella se convertía en monja en Guatemala, en Nicaragua la guerrilla del Frente Sandinista se hacía más visible en el enfrentamiento a la dictadura de Somoza. Muchos amigos y familiares, de clase media y media alta, se integraron a la lucha, ya sea como guerrilleros o como colaboradores del Frente Sandinista. Ella comenzó a vincularse con la lucha armada en el trabajo que hacía como novicia con comunidades indígenas de Guatemala. Ahí conoció al Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP), experiencia que la acercó a simpatizar con las guerrillas izquierdistas.
Después de cinco años en el convento, Aminta Granera ya estaba por tomar los votos como monja cuando decide regresarse a Nicaragua para participar en la ofensiva final contra Somoza. Los amigos y familiares que ya estaban integrados la convencieron. “Llega un momento en que te das cuenta que solo el compromiso espiritual no es suficiente”, dijo en la entrevista a El Semanario. No volvió con el novio que la esperaba: “Cuando yo decido salirme del convento tomo conciencia de que sus ideales y sueños no son los mismos míos. Ya él está en un proceso, yo diría de aburguesamiento, y yo salgo del convento para entrar al Frente Sandinista”.
Tuvo una discreta participación en la ofensiva sandinista, más que todo apoyando a través de comunidades cristianas, y después del derrocamiento de Somoza en julio de 1979, Aminta Granera se integra al Ministerio del Interior que dirigía el comandante sandinista Tomás Borge, donde se desempeñó como jefa de la Secretaría Ejecutiva, un cargo que, si bien era importante, la mantuvo con perfil bajo. Quienes la conocieron para ese tiempo dicen que Aminta Granera era cercana al entonces viceministro del Interior, René Vivas, y eso explicaría por qué —cuando se produce la derrota electoral del Frente Sandinista en 1990, desaparece el Ministerio del Interior y René Vivas pasa a ser el jefe de la Policía Sandinista— Aminta Granera aparece como secretaria ejecutiva ya en las filas policiales.
“En 1990, cuando se produce el cambio, mandan a René Vivas a la Policía y él se la lleva. Era muy buena jefa, porque tenía un nivel académico alto, era socióloga, y le dio un sentido de orden a la Policía que era muy desordenada. Ella no sabía nada de policía”, dice una fuente que trabajó con ella esos primeros años. Nunca fue policía de calle, siempre estuvo en cargos burocráticos. Sin embargo, su imagen comenzó a proyectarse cuando asume la jefatura nacional de Tránsito, luego jefa policial de Managua e Inspectora General, antes de asumir la dirección de la Policía Nacional en septiembre de 2006.
Ascenso: La jefa
Para el 2006, la Policía Nacional de Nicaragua se movía en dos aguas. Por un lado, se le mostraba como una institución en franco proceso de profesionalización y modernización, así como modelo de seguridad pública en Centroamérica, y por el otro mostraba preocupantes síntomas de descomposición en sus filas, desde sus agentes de línea hasta los máximos jefes. Insight Crime, un medio digital especializado en criminalidad organizada en América Latina en alianza con Expediente Abierto, en la investigación Elites y Crimen Organizado en Nicaragua, documentaron casos emblemáticos que con los años mostraban el deterioro institucional de la Policía Nacional.
En el 2003, fue famoso el “Caso Larrave”, como se conoció al proceso que se inició contra el subcomisionado Oscar Larrave y otros tres policías del Departamento Antidrogas de Bluefields por cargos de narcoactividad, en el Caribe Sur de Nicaragua. Recibieron baja deshonrosa y sorpresivamente fueron puestos en libertad por la jueza que llevaba el caso. Ese mismo año, el entonces director de la Policía, primer comisionado Edwin Cordero, reconoció que esa institución acostumbraba pagar con droga a informantes “porque no había dinero para hacerlo”.
Pero el hecho que más golpeó a la Policía en esos años fue el asesinato a balazos de Jerónimo Polanco, el 30 de marzo de 2006. Polanco era conocido como “El rey del bajo mundo” porque administraba burdeles, night clubs y bares. Había tejido una extensa red de amigos y padrinos que llegaban hasta la Policía y al Frente Sandinista.
La investigación del asesinato estableció que uno de los autores materiales del crimen fue Byron Centeno, chofer personal del comisionado mayor Carlos Bendaña, e igualmente el revólver utilizado para el asesinato era propiedad del jefe policial. También se supo que esa amplia red de amigos y padrinos –que alcanzaba a altos mandos policiales y llegaba hasta el propio secretario del Frente Sandinista, Daniel Ortega– recibía regalos y pagos a cambio de protección en sus negocios.
Ortega reconoció a Polanco como su amigo y un tipo solidario. “Posiblemente participó en algunas de las actividades que teníamos allá en la Secretaría, tal vez el día de mi cumpleaños, que a veces hacíamos algunos convivios y él estuvo por allá. Yo sí tenía una amistad con él y con su familia. Era un hombre trabajador, un hombre muy solidario. Él cooperaba con el Frente con todo lo que se podía cooperar”, dijo Ortega.
El “Caso Polanco” pudo ser decisivo en la llegada de Aminta Granera a la jefatura de la Policía. El camino comenzó a despejarse cuando el presidente Arnoldo Alemán mandó a retiro al comisionado general Eduardo Cuadra, en octubre de 2001, y Enrique Bolaños hizo lo mismo con Francisco Javier Bautista Lara, en abril de 2005. Ambos era fuertes candidatos a ocupar la silla de la Dirección General de la Policía. Ya para mediados de 2005 la disputa por la jefatura policial parecía haberse reducido a dos mujeres: las comisionadas generales Ana Julia Guido y Aminta Granera. La balanza, según quienes conocieron de cerca la disputa que dividió a la jefatura policial en dos bandos, se inclinaba hacia Guido, por una razón importante: Guido era la favorita del comisionado mayor Carlos Bendaña, un oficial con mucha influencia en el gobierno de Bolaños.
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Elegida por Bolaños
Sin embargo, la caída en desgracia de Bendaña por el caso Polanco jugó finalmente contra Guido. Granera, como Inspectora General, promovió el retiro de Bendaña de las filas policiales. El director Cordero accedió, pero poco después lo reintegró por presión de un importante grupo de los más altos mandos.
“Después del sacarrín que hicieron con Eduardo Cuadra y Francisco Bautista, que eran dos candidatos fuertes a ser jefes de la Policía, las que quedaban en fila eran tres mujeres: una era Eva Sacasa, otra Ana Julia Guido y la Aminta”, considera la experta en seguridad pública, Elvira Cuadra en entrevista a Expediente Público.
“Las tres habían llegado de otros lados a la Policía y había un cierto asunto de credibilidad. Al final, don Enrique Bolaños se decidió por la Aminta, pero creo que una de las cosas que pesó es el tipo de relación de ella con organizaciones de la sociedad civil porque tenía espacios de diálogo abierto con organizaciones de mujeres y otras organizaciones sociales, y la muy buena comunicación que siempre tuvo con la iglesia católica, que ese era un punto importante que no lo tenía ninguna de las otras dos”.
Granera también presentó buenas credenciales públicas, pues su imagen ya se venía proyectando a través de los últimos cargos que ocupó. Como jefa de Tránsito impulsó una campaña contra las mordidas (sobornos), y como jefa policial de Managua se le vio en fotos ayudando personalmente a reubicar familias damnificadas durante el huracán Mitch.
“La institución venía desarrollando un proceso de profesionalización y modernización que ya tenía bastante reconocimiento y ella decidió seguirlo y empujarlo, y eso fue lo que le ganó un gran reconocimiento a nivel nacional e internacional, diseñó una estrategia de comunicación que le ayudó mucho para eso y posicionó bien a la Policía, pero la posiciono públicamente a ella. A tal punto que apareció en las encuestas de opinión con porcentajes de aprobación mucho más altos que otra gente. Y eso comenzó a convertirse en un problema, sobre todo a partir de 2007 en adelante, cuando ya están Daniel Ortega y Rosario Murillo en el poder”, añade Cuadra.
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Amintamanía
La popularidad de Aminta Granera comenzó a subir como la espuma tras su llegada a la jefatura de la Policía. Sus credenciales, la actitud que asumió como jefa policial, más una cuidadosa estrategia de comunicación, le granjearon simpatías entre los ciudadanos.
“Ella empujó una política antidrogas que efectivamente permitió manejar exitosamente una serie de casos”, valora Elvira Cuadra. “En esa época había mucha efectividad y capacidad de la Policía para capturar cargamentos de drogas que pasaban por Nicaragua. Ella era muy abierta para hablar de esos temas con la prensa. Todo eso la colocó en la mira de los grupos del crimen organizado y alguna gente de la Policía que estaba vinculada con cosas turbias”.
“No impulsó una purga en la Policía, pero en su periodo ocurrieron unos casos que eran tan evidentes y tan públicos que la obligaron a sacar a gente, como el caso de (comisionado general) Carlos Palacios con el caso de Fariñas y otro caso en Bluefields. No era purga, sino que eran casos tan graves y escandalosos que tenía que resolverlos”, añade.
Para 2010, ningún otro personaje era más popular que Aminta Granera. La “amintamanía”, la llamó alguien. Una encuesta de ese año de la firma M&R y que ahora es percibida como una encuestadora que “organiza” resultados a favor del régimen Ortega-Murillo, colocó a Granera en el primer lugar de aprobación con el 82.8 por ciento de opinión positiva, muy por encima de Daniel Ortega que aparecía en octavo lugar y todavía más que Rosario Murillo, colocada en el décimo lugar de aprobación.
Tres años más tarde, la brecha se había acortado. “La jefa nacional de la Policía de Nicaragua, comisionada Aminta Granera, es el personaje más popular del país, con un 83,6 por ciento de preferencias, casi cinco puntos más que el presidente Daniel Ortega, según una encuesta divulgada hoy”, informó la agencia alemana de prensa (DPA) el 24 de abril de 2013.
Granera comenzó a verse como una potencial candidata para enfrentar a Daniel Ortega una vez que dejara el cargo el 5 de septiembre de 2011. Podía ser disputándole a Ortega la candidatura dentro del Frente Sandinista, o enfrentándolo desde otro partido. La Iglesia católica y el liderazgo empresarial la tenían como “su candidata”.
La encuestadora Cid Gallup le otorgó a Granera porcentajes de simpatía similares a los de M&R, con tendencia a la baja en los siguientes años. En 2013, 79 por ciento; en 2014, 78 por ciento y en 2015, 71 por ciento. Para el 2015, según la encuestadora M&R, la tortilla se había volteado. Rosario Murillo aparecía en primer lugar con el 83.1 por ciento de simpatías, seguido por Daniel Ortega, con el 77 por ciento, y Aminta Granera, en tercer lugar, con el 70.7 por ciento. ¿Qué sucedió estos años para explicar este cambio?
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Sin coraje lo perdió todo
Estos son los años en que la imagen de Granera comienza a desvanecerse y a avanzar en sentido contrario al que había prometido: en lugar de avanzar en la profesionalización entregó la Policía al control político de Daniel Ortega.
La popularidad que la favorecía comenzó a cobrarle la cuenta. Una persona cercana a Granera, asegura desde el anonimato por seguridad, que Rosario Murillo la “mandó a callar”, apagó su imagen por celos. “La mandó a callar Murillo. Ella desapareció de los medios, porque estaba agarrando demasiado vuelo, como una contrincante del proyecto continuista de los Ortega Murillo. Hubiera sido una excelente contrincante y los hubiera barrido en la asamblea sandinista. Ella no tuvo el valor, el coraje, la determinación, de oponerse a Ortega. Eso es algo que yo nunca me lo he terminado de explicar”.
La imagen de Granera, considera la socióloga Elvira Cuadra, quedó comprometida entre los conflictos de 2008 cuando se ejecutó el descarado fraude de las elecciones municipales con apoyo policial, con las presiones que ya recibía de Ortega y con la estructura paralela al mando oficial que comenzó a funcionar en la Policía dirigida desde la secretaria del Frente Sandinista y casa familiar Ortega-Murillo en el reparto El Carmen, en Managua. Ella se plegó a Ortega y empezó a perder credibilidad entre sectores de poder como el empresariado, la Iglesia católica y la sociedad civil, pero no tanto entre la gente, porque entre el 2010 y 2011 ella aparecía con altos porcentajes de confianza y de reconocimiento de la gente”.
La fuente cercana a Granera asegura que la jerarquía católica la propuso como candidata para enfrentar a Ortega. “Ellos estaban dispuestos, hablaron con ella, ella estaba dudosa, pero entró ahí a jugar de por medio el esquema de chantaje que usan los Ortega-Murillo. Su marido estaba comprometido en negocios que, aunque no se pueden asegurar que eran ilícitos, era al menos oscuros, con el tema de las medicinas. Tenía amenazas de los carteles del crimen organizado y entonces terminó doblando el brazo. La gente de la Iglesia católica estaba muy desencantada con ella porque le apostaron en serio. Era una candidata fuerte”. La estrella con luz propia de Granera comenzó a pagarse, y de ahí en adelante se le vio opacada, sirviendo a la sombra de Ortega y dejando a sus pies una policía subordinada a los intereses clientelares de su familia y también su círculo de poder.