** El académico cubano Juan Antonio Blanco advirtió sobre las tácticas castrista para fragmentar a la diáspora cubana, alertando a los nicaragüenses sobre peligros similares.
** Blanco, profesor del Miami Dade College, compartió sus experiencias durante una conferencia al programa de Becas para la democracia de Expediente Abierto.
Expediente Público
Las dictaduras de Cuba y Nicaragua tienen como estrategia sembrar odio, divisiones y desconfianza entre la diáspora, y enfrentarla con la población de sus países para evitar la unidad en la lucha contra esos regímenes.
Así lo explicó el profesor Juan Antonio Blanco, un reconocido académico de origen cubano, en la primera conferencia con becarios del centro de pensamiento Expediente Abierto.
El Programa de Becas para la Democracia en Nicaragua fue diseñado para potenciar las oportunidades de democratización y reconstrucción del tejido cívico que ofrecen las voces del grupo de desnacionalizados por el régimen orteguista, explicó Expediente Abierto.
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Son 20 nicaragüenses participantes en la beca que fueron desterrados por el régimen Ortega Murillo en 2023. Blanco, un exiliado cubano, es profesor del Miami Dade College.
Cómo dividen a los opositores
La estrategia de división y cizaña que siembran las dictaduras tiene dos etapas. Una hacia la población de los países de origen y otra entre la misma diáspora.
En el primero de los casos, las dictaduras tratan de sembrar el odio o por lo menos la desconfianza entre las personas que aún que se quedan en el país, en relación, a las que se fueron.
“Les dicen que esa gente se fue, y quieren regresar para quitarte lo que tú tienes y te quieren quitar los servicios públicos, o te quieren quitar tu casa, porque esa casa no era tuya antes de la revolución, etcétera, etcétera”, explicó Blanco.
La segunda estrategia es dentro de la propia diáspora, dentro del propio exilio, siembran agentes que generan división.
“Y cuando digo: siembran agentes, no es que van a encontrar a los espías hablando como los sandinistas o como los comunistas cubanos. Van a situarse hablando los dos idiomas, algunos hablando como extrema izquierda y otros hablando como extrema derecha, porque la función de ellos no es promover a un grupo ni promover al otro, es echar a los dos a pelear”, señaló Blanco.
Agentes infiltrados
El académico explicó que estos agentes “procuran que siempre haya división entre los dos bandos y que, ante el Gobierno anfitrión, ante el Gobierno que los recibe, no puedan tener una voz única que legitime las cosas que ellos piden”.
Blanco lo ejemplifica así: “Si están pidiendo una política más dura de sanciones frente a Daniel Ortega, frente a Maduro, frente a Raúl Castro, el Gobierno americano puede decir, ‘pero es que aquí ayer vinieron otras personas que me dijeron exactamente lo contrario. Me están diciendo que lo mejor es quitarle las sanciones, porque estamos perjudicando al pueblo y hacerle la vida más favorable al Gobierno para que tenga un margen de maniobra‘”.
“Entonces, en esa cacofonía, en esa manera de crear mensajes contradictorios, confusos, lo que logran o lo que tratan de lograr, es neutralizar la capacidad del país anfitrión de entender qué diablos es lo que realmente está pasando en ese país y saber con qué fuerzas alinearse o apoyar, y ese es otro de los recursos que ellos han tenido”, indicó Blanco.
El académico relató los casos sucedidos en Estados Unidos con la diáspora cubana que incluso llevaron a algunos grupos extremistas a cometer actos terroristas.
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¿Diáspora o exilio?
Blanco explica que los términos diáspora y exilio no son equivalentes. El exilio es aquella parte más política, politizada, organizada, comprometida con la lucha en el país de origen. La diáspora es mucho más general. Es gente que bien tengan una ideología política o pueden no tenerla, han emigrado, porque en un momento determinado consideraron que la vida era muy dura en el país de origen y se van y se trasladan a otro país.
Usualmente, la parte de la diáspora comprometida en las luchas es el exilio, que hace una interacción y se involucra de una forma u otra en el conflicto de su país de origen.
Además, Blanco explica una cosa es ser exiliado -un exilio puede ser impuesto o autoimpuesto- y otra cosa es el destierro.
“Uno puede salir al exilio porque ha llegado a la conclusión de que su vida no es compatible con el sistema político o económico, de del lugar donde está viviendo, de su patria. Otra cosa es ser desterrado”, explica el académico.
Blanco ejemplifica el caso de la diáspora cubana, que él considera “que ha sido peor que cualquiera de las demás”.
“Del año 1959 hasta el año 79, los cubanos no podíamos escribir, llamar por teléfono, tener ningún tipo de relación con familiares que se hubieran marchado del país”, recordó.
“Si a los que estaban afuera se le moría su padre, su madre, no tenían forma de que le aceptaran ir, ni siquiera unas horas de visita para estar con el familiar fallecido”, recuerda Blanco.
El académico pone de ejemplo el caso célebre de la cantante Celia Cruz, que se le murió su madre y no pudo ir a al velorio.
“No se podía enviar remesas, cosa muy curiosa. No se podía enviar paquetes ni remesas a nadie en Cuba y aquel que los recibía por alguna vía podía buscarse grandes problemas políticos en el país”, recordó Blanco.
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De la división a la cohesión
Blanco explica que todos los exilios están construidos por una sedimentación de gente que llegó en diferentes oleadas.
“Primero llegaron huyendo de una cosa, después aquello cambió. Llega otro exilio, el nuevo exilio. Muchas veces la gente que luchó contra los anteriores (que llegaron a Estados Unidos), pero que evolucionaron o fueron víctimas de su propio engendro. Y tiene que plantearse el problema de la convivencia”, advierte.
Blanco ejemplifica cómo una buena parte de la propaganda de la dictadura cubana ha sido describir al exilio y en general a la diáspora, incluso como gente que odia, como odiadores intolerantes, etcétera.
“Ninguno de nosotros puede controlar lo que pasó. Y hay que buscar la manera de tratarlo y administrarlo, porque, el perdón es solamente divino o de las víctimas”, dice Blanco, quien sugiere una justicia transicional para avanzar en el futuro.
“O nos concentramos en mirar el pasado que no podemos controlar, o miramos cómo podemos construir el porvenir”.
La capacidad de reinventarse
Blanco recuerda cuando Fidel Castro le quitó hasta los anillos de casado a las personas que salían del país en los aeropuertos.
“Cuando los lanzó al destierro sin un centavo después de confiscarle todas sus propiedades, nunca pensó que estas personas iban a poderse parar sobre sus pies y construir una ciudad nueva en Miami, como metrópoli en la que se agruparon la mayor parte de ellos, con unas empresas mucho más grandes en algunos casos de las que habían construido en Cuba”, dice Blanco.
Los exiliados cubanos se vieron obligados a centrarse en su desarrollo en el nuevo país de acogida, porque no podían enviar dinero a sus familiares ni podían expresarle solidaridad porque estaba prohibido.
Pero el régimen se llevó una decepción cuando descubrió que a estos cubanos que ellos habían expulsado del país, no habían logrado quebrarlos, sino que, al contrario, se habían vuelto a recuperar como Ave Fénix y que algunos de ellos acumulaban riquezas considerables.
“Entonces el tiro le salió por la culata a Fidel Castro”, afirma Blanco.
“El capital financiero se lo habían quitado, pero tenían capital humano, tenían talento, conocimiento, eran ingenieros, médicos, contadores, profesionales, maestros universitarios y tenían un conjunto de relaciones, un capital social que les sirvió poco a poco para salir de aquella llegada traumática”, dice Blanco.
Datos del programa
La Beca para la Democracia en Nicaragua generará nuevas iniciativas en el debate político, de recuperación de la democracia de justicia y de derechos humanos en Nicaragua.
Los veinte nicaragüenses desterrados participantes de este espacio (de los cuales seis son mujeres) fueron convocados y seleccionados a partir de la evaluación de sus aplicaciones individuales por un comité asesor. Se seleccionaron por su capacidad de incidencia, producción analítica y vocería política.
Entre los 20 becarios, la edad promedio del grupo es de 56 años, con un rango de entre 24 y 77 años. La mayoría se organizan en agrupaciones diversas, como UNAMOS, Monteverde, Ciudadanos por la Libertad, Movimiento Campesino, movimientos estudiantiles, entre otros.
El aglutinar a plataformas políticas tan diversas en un solo espacio de análisis representa en sí mismo un logro de este programa, detalló Expediente Abierto.