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Testimonio de un narcomenudista y sicario en Honduras

Byron es miembro de una banda que opera en Choloma y en San Pedro Sula, dedicada al sicariato y al narcomenudeo. A sus 22 años de edad, ha alcanzado un rango medio en su organización, «no soy una persona grande, pero tengo el respaldo de gente grande», explica, consciente que la estructura se rige por jerarquías.

Su casa es actualmente su punto de venta. A diario vende unos 200 gramos de cocaína y hasta ocho libras de marihuana, ingresando unos 30 mil lempiras en total. Según sus cálculos, a diario lo visitan más de 130 clientes, día y noche, sin horario de cierre. La rentabilidad es alta a pesar que sus números son menores con relación a otras plazas de su banda, donde pueden moverse entre cuatro y cinco kilogramos de cocaína al día.

Byron es originario de Choloma, un municipio del departamento de Cortés, donde en los últimos cinco años han sido asesinadas 1,041 personas. Ahí creció, y estudió hasta que se involucró en el crimen organizado cuando tenía 17 años.

Un grupo de hombres resguardan la puerta de entrada. Byron nos invita a sentarnos en el comedor de su vivienda. La casa parece un albergue. Unas ocho personas miran televisión en la sala. Antes de iniciar la entrevista pide que desbloqueemos los celulares. Rápidamente ve las galerías de fotos y ojea nuestras conversaciones por el Whatsapp. «Listo, comencemos», dice con un tono más amable. Al fondo unos bebés no paran de llorar.

Las personas que le acompañan son su núcleo familiar. El único ausente es su padre, un guardia de seguridad que trabaja en San Pedro Sula. Todos ellos dependen económicamente de Byron, quien mensualmente gana unos 32 mil lempiras, más las comisiones que recibe si las ventas son buenas o si el asesinato tiene un perfil alto. «Con mi familia vivimos tiempos duros de mucha pobreza, pero con este negocio ahora podemos llevar más o menos una vida modesta, el dinero rinde, le doy de comer a mi familia», comenta.

Byron no esconde los negocios ante su familia. Ellos le aconsejan que busque a Dios, pero también le ayudan a embolsar la droga. Aceptan el narcomenudeo, pero son más reticentes con el sicariato. Su madre visita asiduamente una iglesia evangélica, «pero yo no termino de convencerme; me aconsejan cuidarme, pero saben que en esto no hay vuelta atrás, es lo único que sé hacer hasta ahora», comenta con una voz pausada.

Sus inicios y ascenso

El año que Byron empezó a involucrarse con su actual banda, Honduras fue considerado el país con la tasa de homicidios más alta en el mundo. El 2012 terminó con más de siete mil asesinatos a nivel nacional. En ese periodo, el municipio de Choloma alcanzó una tasa de 78 crímenes por cada cien mil habitantes, registrando 239 víctimas.

Con 17 años, Byron cursaba el segundo año de bachillerato cuando conoció a uno de sus actuales jefes. «Yo tenía un pleito con un hombre que me intentaba golpear, fue ahí cuando ellos intervinieron, lo rodearon y le dijeron que lo matarían si se volvía a meter conmigo», recuerda.

Aquel incidente cambió el rumbo de su vida, «con ellos me sentí seguro y empecé a frecuentarlos, luego me ofrecieron droga y me gustó. Las malas “gavillas”, como dicen las madres, me indujeron a este negocio, lo probé y me sentí poderoso», comenta serio.

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Con los años lo involucraron en el sicariato y en el narcomenudeo, ofreciéndole un trabajo estable con una mensualidad de unos cuatro salarios mínimos por mes. «En esto se va escalando, uno empieza haciendo diferentes cosas, bandereando, cuidando los puntos de venta, ir a traer la “merca”, distribuirla, empaquetarla…», explica.

Un carro que se ha estacionado frente a su casa interrumpe la entrevista. Byron desenfunda de su cintura una pistola, es una semiautomática Glock calibre 40. Se asoma sigiloso por la puerta. No hay ninguna amenaza, se trata de un cliente que ha llegado a comprar tres gramos de cocaína. Byron regresa al comedor y se disculpa por la pausa, explica que no puede distraerse en ningún momento, «aún con los ojos cerrados hay que estar despierto», advierte. Tras cinco años en el negocio, es casi un veterano.

A varios de sus compañeros los han matado porque «los han agarrado dando “papaya”, es decir, por andar de confiados, aquí hay que estar siempre despiertos, porque tenemos contrarios, a quienes si toca responder con fuego hay que hacerlo. En este momento estamos bien parados, nuestras plazas son firmes», comenta. Aún así, Byron confiesa que teme por su vida y la de su familia, pero reafirma que «en este negocio no hay que rajarse».

Negocios

Su banda la conforman unos 35 miembros, distribuidos entre Choloma y San Pedro Sula. Él prefiere no dar el nombre del grupo, pero explica a lo que se dedican. «No nos gusta robar, nosotros hacemos cosas grandes nada más», detalla. Al hacer cosas grandes se refiere a distribuir drogas y al sicariato.

A él le toca cumplir ambas funciones, la jerarquía no se refuta, lo que se ordena se hace sin vacilar. «A mí me asignan funciones, si no las cumplo, tengo que pagar yo. Ahorita estoy en un nivel medio, pero tengo la confianza de todos mis jefes. Hay que pasar varios procesos, ganarse la confianza de la gente de arriba. Haciendo las cosas bien uno va subiendo, teniendo madurez e inteligencia. Este negocio es para vivos, no para tontos», dice.

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Byron no sigue una rutina específica, aunque tiene responsabilidades ineludibles, como entregar cada día el dinero de la venta de su plaza, un monto que debe coincidir con el paquete que le asignaron para esa jornada, «por ejemplo, si yo la consumo y no la pago, la termino pagando con mi vida», explica, aunque en ocasiones recibe droga como comisión.

Sus jefes le exigen metas de ventas, obligándole a utilizar estrategias para inducir a las personas del barrio a consumir, «primero analizamos sus condiciones de vida y nos acercamos. Tenemos que conocer a los clientes, si llega una persona desconocida nosotros nos “chiviamos” -se nos paran las antenas-, lo interrogamos para saber de dónde es, le sacamos la mayor información posible, porque una de esas personas puede ser de otra banda, un infiltrado de la Policía, un sapo, una oreja…tenemos perfiles de ellos», detalla.

El consumo de drogas en Honduras es generalizado, de acuerdo a una encuesta realizada en el 2016 por el Instituto Hondureño para la Prevención del Alcoholismo, Drogadicción y Farmacodependencia (IHADFA), de 909 estudiantes entrevistados en 21 colegios de secundaria, localizados en ocho departamentos del país, el 16% de los varones ha consumido marihuana, frente al 13% de las mujeres; mientras el consumo de cocaína abarca al 10% de los hombres y al 3% de las mujeres.

Byron vende el gramo de cocaína a cien lempiras, la libra de marihuana a 1,300 lempiras y los cigarros a 10, 20, 50 o 100 lempiras, dependiendo de su tamaño y variedad -ofrece la tradicional, la Lemon Kush y la Alaska (de origen israelí, un kilogramo cuesta 25 mil lempiras).

Cuando la droga se moviliza por la ciudad, es custodiada por tres hombres en motocicletas, «vigilamos que no haya policías o retenes para que el paquete llegue a su destino. No todos los policías se venden, hay unos que son buenos. Nos ha ha tocado matar a algunos de ellos porque no aceptan que les paguemos para que no nos arresten, aunque tenemos algunos que trabajan con nosotros», explica mientras insiste que su pistola semiautomática es «súper segura».

Byron confiesa que ya no se puede salir del negocio. Del dinero dice que lo que fácil viene, fácil se va. Él no ha trabajado en otra cosa, «lo único que sé hacer es matar y vender droga», expresa. Al fondo, uno de los bebés que viven en su casa rompe en llanto.