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La masacre del 30 de mayo

Una mesita de plástico que sostiene el Salmo 191 de la Biblia, junto a unas chimbombas azul y blanco y una bandera de Nicaragua de la que cuelgan algunas fotografías de Orlandito, son testigos del gran amor con el que su madre lo recuerda cada día.

“Ya me voy madre, ahí regreso”, fueron las palabras con las que se despidió Orlandito Córdoba, en cuyo recuerdo hay un altar en el cuarto en el que dormía junto a su madre.

“Mi hijo se fue con sed, ahora yo tengo sed de justicia”, dice entre lágrimas Yadira Córdoba, madre de Orlandito, asesinado el 30 de mayo del 2018 frente a la Universidad de Ingeniería (UNI).

Llegó el 30 de mayo de 2018, un Día de las Madres diferente al de todos los años anteriores. Días antes se había convocado a una marcha denominada “La madre de todas las marchas”, una  manifestación pacífica en la que cientos de miles de nicaragüenses se desbordaron en las calles para acompañar a las madres y exigir justicia por sus hijos asesinados a partir del estallido social de abril, sin saber que ese día el régimen iba a actuar con más violencia y extendería la lista de muertos a punta de balas.

“Cuando veo esa batería, veo a mi hijo”

Una compañera del grupo musical de la iglesia en la que tocaba la batería Orlandito, fue quien supo primero que aquel niño sonriente de quince años había sido impactado de bala en la manifestación. A través de una llamada telefónica a Yadira, le advirtió que no se pusiera nerviosa, que solo había sido un “rozón”.

Después de haber regresado cansada de su trabajo, Yadira almorzó junto a su hijo y se tomaron la última foto, la cual Orlandito subió a su cuenta de Facebook con una dedicatoria a ella: “Hoy no es un día cualquiera, hoy es un día muy especial, el día de mi viejita”, recuerda Yadira que así le llamaba de cariño.

Yadira decidió no ir a la marcha con su hijo, como lo habían planeado, porque se encontraba cansada por haber lavado mucha ropa, es entonces que su hijo se despide: -Ya me voy madre, ahí regreso- . Salió sin celular de la casa, llevaba puesta una camiseta café y un pantalón corto azul, con las ganas de apoyar a las madres y luchar por la libertad del país.

Tras recibir una llamada telefónica, doña Yadira se fue con uno de sus hijos mayores al hospital Vélez Páiz, donde minutos más tarde se reunirían varios médicos para darle la noticia que cambiaría trágicamente su vida.

Hoy, en el mismo cuarto donde dormía con su hijo, recuerda que a él le encantaba jugar fútbol y tocar la batería. “Yo voy a la iglesia, y cuando veo esa batería, veo a mi hijo”, dice conmovida.

Un golpe en el alma

Yaritza Mairena, líder de la Coordinadora Universitaria por la Democracia y la Justicia (CUDJ), recuerda haber estado en la trinchera de la UNAN mientras se desarrollaba “La madre de todas las marchas”. Como un cardumen de peces la gente se dirigía hacia la rotonda “Jean Paul Genie”.  Muchos  manifestantes iban vestidos de negro, en señal de luto, y ondeando banderas azul y blanco, levantando pancartas y cruces con los nombres de los caídos, y gritando consignas en demanda de justicia y ¡Que se vayan!.

“Cada vez que me dicen 30 de mayo, recuerdo la noticia del chavalo al que le dispararon en la cabeza, que lo montaron en una moto y que lo llevaron al hospital”, dice Mairena, quien fue excarcelada de manera condicional, el 15 de marzo, luego de casi siete meses de injusta e ilegal prisión.

Lo ocurrido ese día, el Día de las Madres, lo cataloga como un “golpe duro, un “golpe en el alma”, para quienes estaban en la trinchera de la UNAN, donde la esperanza decayó un poco, pero luego se comprometieron a no claudicar, porque los muertos no volverían jamás.

Represión nunca antes vista

Hechos trascendentales en la historia del país, como la masacre del 30 de mayo, han marcado a Nicaragua para bien o para mal, sostiene Mairena, “porque han impulsado a los nicaragüenses a resistir y continuar a pesar de las adversidades, pero también para mal, porque los han dejado con un gran dolor.

La violenta represión por parte del gobierno Ortega-Murillo alcanzó su máxima expresión  esa tarde en la que Daniel Ortega, en un acto del FSLN en la Avenida Bolívar, llamó al compromiso por la paz, y a compartir el dolor de las madres que habían perdido a sus hijos, todo un contrasentido, según Mairena, siendo quien había ordenado los ataques armados contra los manifestantes.

El informe publicado por el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) el 21 de diciembre de 2018, del período del 18 de abril al 30 de mayo, reporta el uso en la represión de armas militares como fusiles AK-47, M16 y los telescópicos para francotiradores, Dragunov, también ametralladoras PKM,   por parte de la Policía Nacional y fuerzas paramilitares contra los manifestantes.

“Esa fue la respuesta del régimen, una represión de ese tipo nunca antes vista en Nicaragua”, afirma Roberto Cajina, experto en seguridad y defensa.

Las masacres de 1959 y 1967

Los fusiles Dragunov, de origen soviético, son armas de uso especial en tiro militar de precisión por francotiradores, -añade Cajina- y que protagonizaron por primera vez una masacre en la historia de Nicaragua.

Antes ocurrió la masacre del 23 de julio de 1959, en el “desfile de los pelones” de la Universidad Nacional Autónoma (UNAN), de León, donde la Guardia Nacional disparó contra los manifestantes, asesinando  a cuatro estudiantes e hiriendo a más de sesenta. Así mismo, la masacre del 22 de enero en1967, cuando la Unión Nacional Opositora (UNO), convocó a una marcha nacional que exigía elecciones libres y la salida de la dictadura, en la cual la Guardia Nacional de Somoza disparó contra la multitud.

Cajina indica que las diferencias de estas masacres con la del 30 de mayo del 2018, reside en la cantidad de asesinados y que en la de 1967 hubo intercambio de disparos, es decir, un grupo de los manifestantes portaba armas.

Un francotirador es un tipo frío que tiene la misión de asesinar a larga distancia o “neutralizar los objetivos” (en este caso, manifestantes), que eran escogidos  al azar, y para que el tiro fuese preciso (acertar en un punto comprendido dentro del triángulo de la muerte: cabeza, cuello y tórax), se debía considerar por ejemplo: la distancia, el viento y el movimiento del objetivo escogido.

Frialdad de francotiradores

Cajina explica que usualmente el francotirador no opera solo, sino con un asistente que tiene binoculares con el que, además de observar y acercar la imagen del blanco, permite medir la velocidad y la dirección del viento. Es quien se encarga de dar la orden de disparar.

“Todo el entrenamiento de un francotirador pretende conseguir la dureza física y mental, para que sea capaz de responder a las demandas que le planteen sus mandos”, expresa Cajina.

“No me importa, yo trago tierra como hojas, pero pido justicia por mi hijo”. Son  palabras de Alejandra Rivera Ruiz, madre de Daniel Josías Reyes Rivera, asesinado el 30 de mayo de 2018.

Daniel, de 25 años de edad, estudiante de veterinaria en la Universidad de Ciencias Comerciales (UCC), era conocido como “El Chino”. Trabajaba como auxiliar de cocina, -cocinaba muy bien asegura la mamá–,  y también como jardinero en un auto lavado.

De qué sirven los estudios si un dictador nos está matando

La madre  llora al recordar a su hijo. También lloraba desde antes, al ver en el televisor a madres adoloridas por el asesinato de un vástago,  sin sospechar siquiera que un año después le tocaría a ella vivir con su corazón partido.

El Chino fue uno de los estudiantes de la UCC que se pronunciaron en apoyo a la lucha iniciada por los universitarios, luego del estallido social del 18 de abril. Su mamá Alejandra, le pidió muchas veces que no anduviera en esas marchas, pero él siempre le decía que sabía cuidarse y que no le iba a pasar nada.

“¿De qué sirven mis estudios con un dictador que nos está matando?”, recuerda la madre que una vez su hijo le respondió, después que le dijo que al causarle preocupaciones, era desconsiderado con ella.

El 30 de mayo Daniel salió de su casa vistiendo una camiseta azul con rayas y letras blancas y un viejo pantalón azulón , con sus zapatos pochi negros con blanco y una gorra cremita, así fue la última vez que su mamá lo vio.

Los asesinatos siguen en la impunidad

Veinte y cuatro horas más tarde, no se sabía de su paradero. Sus familiares comenzaron a buscarlo, hasta que lo encontraron en el hospital Vivian Pellas, adonde había llegado con vida, pero no pudo vencer a la muerte después de haber sido impactado en el abdomen, al lado del ombligo.

“Asesinan a mi hijo y yo lo entierro con todos sus sueños”, expresa con lágrimas doña Alejandra, para quien, a partir de ese momento, el 30 de mayo “representa luto y mucho dolor.”

La represión en la Avenida Universitaria,  convirtió a Orlando Córdoba en el segundo menor de edad asesinado por los Ortega-Murillo. Junto a él y a Daniel Reyes Rivera, fueron muertos a balazos cinco manifestantes más.

Después de dos año de La madre de todas las marchas, siguen impunes las más de 500 muertes causadas por el régimen, incluyendo las del 30 de mayo. Para Yaritza Mairena, “No rendirse es el mejor tributo que le damos a todos los asesinados”, puesto que ellos lucharon por algo justo, pero partieron antes de  ver la Nicaragua libre.