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El último adiós al líder del Kilambé

El macizo del Kilambé, en el departamento nicaragüense de Jinotega, en el noroeste del país, se impone a la vista del visitante, con su pico más alto de más 1,750 metros de altura y sus cumbres cubiertas de neblina. 

Se localiza a unos 240 km al norte de la capital, Managua, y se llega ahí en vehículos de doble tracción, desafiando las pendientes y bordeando las curvas de un camino de tierra. Toda una aventura.

Un sitio así puede parecer un paraíso, pero el sábado 29 de junio más de 60 paramilitares del Gobierno de Daniel Ortega merodeaban las comunidades ubicadas en las faldas o encaramadas en el cerro Kilambé, narraron residentes de esos lugares, durante la visita que Expediente Público realizó a la zona. 

Los paramilitares estaban pendientes, agregaron, de la llegada de los cuerpos del exlíder de la otrora Resistencia Nicaragüense Edgard Montenegro y de su hijo, Jalmar Zeledón.

Montenegro y Zeledón eran originarios de la comunidad La Esperanza, del cerro Kilambé, y fueron asesinados el jueves 27 de junio, en la comunidad Germania, del municipio de Trojes, en el oriental departamento de El Paraíso, Honduras, fronterizo con Nicaragua. Hasta ahí se habían ido, huyendo de la persecución política del régimen de Ortega.

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Asesinos sin fronteras 

La distancia entre Trojes y el Kilambé es aproximadamente de 111 kilómetros, un viaje de tres horas en camioneta. Si bien oficialmente se desconoce quiénes dieron muerte al excomandante de la Contra y a su hijo, los familiares de las víctimas sostienen que fueron los paramilitares orteguistas, pues estos los asediaban en Nicaragua y lo más probable es que decidieron cruzar la frontera con Honduras para asesinarlos.

Montenegro, llamado Comandante Cabezón, fue miembro de la Resistencia Nicaragüense en los años 80, y en 2018 participó activamente en las protestas contra el Gobierno de Ortega, iniciadas en abril. Era un perseguido político que se había refugiado en Honduras desde noviembre de 2018, debido a constantes amenazas a su vida.

Según sus familiares en Honduras, Montenegro y su hijo tenían estatus de refugiados en Honduras.

No fue nada sencillo retirar los cuerpos de una morgue en Tegucigalpa, Honduras, contaron los parientes. Los familiares tuvieron que auxiliarse de organizaciones de derechos humanos en el país vecino para lidiar con el complicado papeleo, y finalmente les entregaron los cadáveres a las 9:30 pm del viernes. Ese mismo día salieron de Honduras a las 11:05 de la noche.

Los familiares tenían miedo de repatriarlos, pues casi todos son acosados y vigilados de cerca por el régimen de Ortega. Una pariente contó a Expediente Público que tuvieron que informar que entrarían por el puesto fronterizo de Guasaule, pero en realidad lo hicieron por el de las Manos, en un intento por confundir a las autoridades migratorias nicaragüenses y desarticular algún plan de la seguridad del Estado en contra de ellos.

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La fuente agregó que los funcionarios de migración se mostraron visiblemente nerviosos e hicieron varias llamadas, los pasaron de una persona a otra, les hicieron preguntas personales, como adónde iban, dónde trabajaban y las direcciones de sus casas. Después de eso, los dejaron ingresar los cuerpos a Nicaragua.

Finalmente, llegaron al cerro Kilambé, el domingo a las 5:30 am, sin inconvenientes con paramilitares o miembros del ejército en las carreteras, y los enterraron el lunes a las 9 de la mañana.

Los residentes de la zona habían informado a la familia Montenegro de la presencia de paramilitares en comunidades aledañas pero no llegaron a La Esperanza.

Un excomandante muy querido

Para los habitantes de La Esperanza y la familia de Montenegro y Zeledón, el Gobierno ha intentado manchar la imagen de los fallecidos con el comunicado que emitió la Policía Nacional, el 15 de septiembre de 2018, en el que acusaba al excomandante de terrorista y de participar en el asesinato del policía voluntario Héctor Moreno, ocurrido el 13 de septiembre de 2018.

En la comunidad La Esperanza, Montenegro era conocido como un líder alzado en contra del régimen de Ortega, inclusive Expediente Público pudo constatar que la casona familiar donde fue velado estaba ambientada con banderas azul y blanco, los colores de la insurrección civil de abril del año pasado.

Cientos de personas asistieron a la vela y a los funerales. Al velorio, las personas llegaban por ratitos y con miedo, pues se percataron de la presencia de desconocidos, infiltrados del Gobierno.

“Algunos medios de comunicación lo tratan como un delincuente, como un asesino, nunca los conocí como delincuente, trabajamos juntos en la iglesia”, expresó a Expediente Público alguien que dijo haber sido amigo de Montenegro.

En 2004, el excomandante fue candidato a alcalde en el municipio de Wiwilí por el partido Resistencia Nicaragüense, cuyos dirigentes alegaron que él obtuvo la mayoría de votos, pero un fraude electoral de parte del partido de Gobierno, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), le arrebató el triunfo. 

Montenegro provenía de una familia numerosa y trabajadora: sus padres, cinco hermanas y siete hermanos. Pero el luto invadió el seno familiar incluso antes del asesinato del llamado Comandante Cabezón. Uno de sus hermanos, Oliver, fue asesinado el 23 de enero de este año.

Los Montenegro eran reconocidos en la zona por trabajar en favor de la comunidad. Impulsaron la construcción de la capilla y de la carretera rural.

El exlíder de la Contra se había destacado por participar con entusiasmo en las actividades religiosas de su comunidad. El párroco que ofició la misa de cuerpo presente dijo en tono esperanzador: “No olviden que la verdad siempre resplandecerá”, en alusión a que en algún momento se conocerá quiénes fueron los autores de ese y otros tantos crímenes atribuidos al régimen.

Violencia presente

Edgard Montenegro siempre fue un excontra perseguido por el ejército y la policía. Según sus familiares, el conocimiento militar adquirido en los 80 le permitió salvarse de situaciones de peligro.

Uno de los hijos de Montenegro dijo que el exmilitar alguna vez comentó: “A mí me van a matar por la espalda”, no porque se creyera imbatible, sino porque era muy inteligente.

Otras personas entrevistadas señalaron que los habitantes de las comunidades se sienten vulnerables a la violencia ejercida por los militares, debido a que viven alejadas de los principales centros urbanos del país, y no es sencillo que los medios de comunicación lleguen a esas zonas.

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Alguien que dijo haber sido amigo cercano del Comandante Cabezón contó que hace tres años el ejército mató a su hermano en la comunidad de Anisales, del municipio de Santa María de Pantasma, a 222 kilómetros al norte de Managua. Su hermano se había rearmado porque estaba en desacuerdo con los resultados electorales  de 2016 que favorecían por  tercera vez consecutiva a Daniel Ortega del  Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). En los informes del ejército fue clasificado como delincuente.  

“Este lugar se presta para que venga el ejército y haga lo que le da la gana con el campesino… las casas son prácticamente inseguras, una argollita y un candado…  como estamos retirados tal vez se escuchen las balas, pero van tardar en venir aquí”, comentó una habitante de la Esperanza.